Lejos te fuiste; adonde estás no alcanzan Mis gemidos.
Lejos te fuiste; adonde estás no alcanzan
Mis gemidos. Las súplicas del pecho
Se ahogan sin respuesta en pozo estrecho
Y no hay cortina oscura
Que sirva de refugio a mi tristeza.
La luz del día me escalda
Pues tu ausencia triunfal agarra vuelo
Y el blancor de la luz quema los velos
Y calienta la arena
Y deja escoriaciones en mi espalda.
Poco sirven mis manos de visera
Que yo quisiera verte con mis manos
Y tocarte con ojos aunque fuera
Y no clamar en vano
Rodeado del desierto y de sus fieras.
Un toro se avecina,
Un jabalí espinoso merodea,
Una jauría de perros alardea
De tener en sus fauces mis costillas,
Y muy pronto mis huesos desvalidos
Habrán de ser astillas.
No acudes en mi auxilio,
Eres sordo a mis gritos
Y no sé si en la altura te sonríes
De mi penoso exilio.
Subes tan alto a tus mansiones,
Estás tan abundante en tus espacios
Que se aguza el dolor y toda queja
–No importan sus humanas dimensiones–
Se guardará minúscula en la reja.
Tú levantas la cárcel, Señor mío.
Aquí mis días acabo y sin sentido.
Soy cuervo y soy corneja.
Mis alas vuelan poco.
Si ostento mis heridas cual blasones
Es que ellas son mis máximas razones.
Señor, yo acepto lo que venga;
Tú dispones.