Salomo 22 de Evodio Escalante

Lejos te fuiste; adonde estás no alcanzan Mis gemidos.
Lejos te fuiste; adonde estás no alcanzan

Mis gemidos. Las súplicas del pecho

Se ahogan sin respuesta en pozo estrecho

Y no hay cortina oscura

Que sirva de refugio a mi tristeza.

La luz del día me escalda

Pues tu ausencia triunfal agarra vuelo

Y el blancor de la luz quema los velos

Y calienta la arena

Y deja escoriaciones en mi espalda.

Poco sirven mis manos de visera

Que yo quisiera verte con mis manos

Y tocarte con ojos aunque fuera

Y no clamar en vano

Rodeado del desierto y de sus fieras.

Un toro se avecina,

Un jabalí espinoso merodea,

Una jauría de perros alardea

De tener en sus fauces mis costillas,

Y muy pronto mis huesos desvalidos

Habrán de ser astillas.

No acudes en mi auxilio,

Eres sordo a mis gritos

Y no sé si en la altura te sonríes

De mi penoso exilio.

Subes tan alto a tus mansiones,

Estás tan abundante en tus espacios

Que se aguza el dolor y toda queja

–No importan sus humanas dimensiones–

Se guardará minúscula en la reja.

Tú levantas la cárcel, Señor mío.

Aquí mis días acabo y sin sentido.

Soy cuervo y soy corneja.

Mis alas vuelan poco.

Si ostento mis heridas cual blasones

Es que ellas son mis máximas razones.

Señor, yo acepto lo que venga;

Tú dispones.

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