«Viaje alrededor de mi habitación»

Xavier de Maistre:

Viaje alrededor de mi habitación

– Enrique Héctor González

La Jornada Semanal

Si la pandemia encierra, la imaginación y la inteligencia en la literatura liberan. Un buen ejemplo, ya consagrado por el tiempo en la tradición del confinamiento en la historia por más de una razón, es el sugerente libro ‘Viaje alrededor de mi habitación’, del escritor francés Xavier de Maistre (1763-1852), en el que celebra su soledad y considera su habitación “una comarca deliciosa que encierra todos los bienes y todas las riquezas del mundo”.
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En una de las zonas del mundo donde la pandemia del virus de 2020 ha sido más implacable, el noroccidente de Italia y el sureste de Francia, asiento de una de las casas reales más longevas de Europa, el condado de Saboya, nacieron en el siglo XVIII dos filósofos y escritores franceses que el tiempo se ha encargado de depositar, injusta pero casi exitosamente, en las faltriqueras del olvido: los hermanos Joseph y Xavier de Maistre.

De formación monárquica, ultramontana, de estirpe conservadora y modales intransigentes, el mayor, Joseph (1753-1821), fue enemigo declarado de la Ilustración y luego de la Revolución francesa; llegó a escribir elogiosos tratados sobre el Papa, defendió los derechos monárquicos (abominando de la caótica democracia) y aun se envalentonó para publicar, ya a principios del siglo XIX, la que quizá sea la última defensa escrita de la Inquisición española. No obstante, fue leído y respetado por algunas mentes decimonónicas poderosas, y hay quien dice (Isaiah Berlin) que influyó en el obsesivo hipercristianismo del último Tolstoi, y aun en la escritura de Guerra y paz.

Su hermano Xavier de Maistre (1763-1852), diez años menor, contento de serlo, según Saint-Beuve, y a quien el crítico francés par excellence del siglo XIX definió como “el hombre moralmente más parecido a sus obras”, que fueron pocas según consta porque “nunca pensó en ser un autor”, escribió en Turín, durante algún incierto mes de 1794 y en un estilo que a Vila-Matas le recuerda la “ligereza cervantina”, un libro breve y sustancial: Viaje alrededor de mi cuarto. Se advierte en De Maistre a un diletante que fue devoto, antes que de Cervantes y su vida llena de ansiedades, arcabuzasos y otras desavenencias, de Laurence Sterne y el distinguido donaire de su prosa porosa. Porque, en efecto, el viaje emprendido por De Maistre en su propia habitación tiene todo el jugo y el juego, el zumo resumido de Tristram Shandy y sus numerosas consideraciones digresivas, y su autor era alguien de quien conocía y valoraba, sobre todo, su Viaje sentimental por Francia e Italia.

Nada viene mejor para estos días de reclusión domiciliaria que repasar la pavorosa levedad con que llevó la suya el autor francés, destinado a un encierro de cuarenta y dos días como castigo de sus superiores por haber participado en un duelo; detenerse con el tiempo a favor en este militar devenido escritor por la gracia de una ocurrencia definitiva: recorrer la orografía de su alcoba para llenar seis semanas de inmovilidad.

Xavier de Maistre morirá más de medio siglo después de la confección de su libro, en San Petersburgo, ciudad donde vivió la segunda parte de su vida, y ya en una época en la que el joven Dostoievski se paseaba por ahí, comenzaba a ser reconocido como escritor y era condenado a muerte por las autoridades zaristas en virtud de sus actividades políticas subversivas, sentencia que al final devino, conmutada, en un lastimoso exilio en Siberia. Menos abusivo que tan indigno dictamen, el que lleva a De Maistre a reducirse a su aposento por tiempo módico arrojó un fruto literario tan apreciable y sutil que es casi una dicha cómo el autor lo vive en su cuarto “con todo el regocijo y la comodidad posibles”. Con el lúcido cinismo y el espíritu esquivo de los grandes humoristas, el autor no deja de reconocer la felicidad de su condena, pues sin el concurso de esa decisión “no habría tenido el tiempo suficiente para publicar un in folio actualizado”.

 

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“Este modo de viajar”, anota De Maistre, “tendrá un éxito rotundo por la sencilla razón de que no cuesta. Y por cierto, ¡cómo no sería un magnífico recurso para los enfermos! ¡No tendrán miedo a la intemperie ni al vaivén de las estaciones!” Las diversas etapas del periplo incluyen, naturalmente, la cama (“ese mueble delicioso en que olvidamos durante la mitad de la vida los pesares de la otra mitad”), el escritorio, los libreros, los cuadros de la habitación, referidos a obras clásicas (Alberto y Carlota –los personajes de Goethe–, el Ugolino de Dante, un autorretrato de Rafael, y el mejor de todos los cuadros, un espejo, donde todo el mundo se detiene y recompone su imagen), el reverente busto de su padre y la referencia a dos personajes importantes para el relato: la perrita Rosina y Joannetti, su sirviente, pues no hay que olvidar que De Maistre pertenecía a la noble aristocracia saboyana y su vida puede suponerse como amenizada con lujos y prebendas.

Por cierto que un asunto de constante reflexión lo constituye el “descubrimiento metafísico” de una escisión que lo y que nos constituye: la doble figura del alma y la bestia, como él las llama, que habitan en dualidad y se separan y entrelazan dentro de uno mismo y son motor de ocurrencias amenas como la sugerencia de que el lector puede abandonar la lectura o suprimir algún capítulo que considere triste (“arrancarlo de su libro, o bien, lanzarlo al fuego”), dado el divorcio que a menudo experimentan su bestia y su alma y lo llenan de desasosiego. No obstante, predomina una suavidad –estilo o, por mejor decir, tono y clave en que está escrito el relato– que recuerda inevitablemente a Sterne en su engañoso dejo regañón, en el constante rompimiento de la cuarta pared (“¡Qué agradable sorpresa! ¡El café! ¡La crema! ¡Una pirámide de pan tostado! Buen lector, desayuna conmigo”), en esa grata petulancia que guía las reflexiones del narrador en su metódico viaje al más acá. Sin duda son de Sterne, del Tristram Shandy, esos minicapítulos con la página en blanco, habitada sólo por puntos suspensivos, tal como lo hará, con idéntica modulación, el brasileño Machado de Assis en sus Memorias póstumas de Bras Cubas, novela que aparte de inaugurar en 1881 la narrativa moderna en su país, está investida de la sensual, sensata excentricidad de Sterne y de Meistre.

La digresión sterniana se convierte en el escritor francés en una disertación sobre pintura, arte al que se entregó también con pasión poderosa. Y aun emerge erguido de sus reflexiones para subrayar las intenciones del libro, de este viaje en que se embarca “no por no saber qué hacer y estar obligado, de algún modo, por las circunstancias. Sostengo y juro por todo lo que me es caro que tenía la intención de realizarlo mucho antes de que se presentaran las condiciones que me hicieron perder la libertad durante cuarenta y dos días. Este retiro forzoso no fue más que una oportunidad para partir”.

Vila-Matas observa en esta reunión del personaje con su reducido entorno espacial la huida hacia sí mismo que representa mirarlo todo desde un punto fijo, una suerte de aleph borgeano. Por ello, dice, el propio Borges alude a De Meistre en su famoso cuento. El asombro inusitado de la experiencia hace temer al amigo de Carlos Argentino Daneri “que no quedara una sola cosa capaz de sorprenderme” luego de haber visto el aleph, de haberlo mirado todo, absolutamente todo, sucesiva y simultáneamente. Sin embargo, la llegada del plazo final, para el personaje del Voyage autour de ma chambre, significa una doble riqueza: por un lado, la de reconocer que el encierro fue un gozo de la soledad (“¿Pretendían acaso castigarme refundiéndome en mi cuarto?, ¿en esta comarca deliciosa que encierra todos los bienes y todas las riquezas del mundo? Es como exiliar a un ratón en un granero”); por otro, la de no haber perdido sino renovado su gusto por el mundo de afuera: “Me estremezco por anticipado; como cuando sentimos, al cortarlo pero antes de chuparlo, el ácido gusto del limón”.

 

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Frente a la rotunda tradición de la literatura de viajes, cuyos orígenes hay que remontar nada menos que a la Odisea atribuida a un tal Homero, y que pasa por aduanas tan encomiables como Dante bajo la guía obsecuente de Virgilio, Milton, Swift, el mismo Sterne, el que emprendió sin rumbo pero en busca de sentido Alonso Quijano, el blindado contra la realidad en que se demoró por aires alucinados un famoso doctor conducido por Mefistófeles, el que Joyce arrumbó por las calles de Dublín, Xavier de Maistre nos propone el más descabellado de todos, el más mezquino e inmediato, el más audaz y cansino por estar al alcance de cualquier miedo a la fatiga: el que representa viajar dentro del cuarto propio, menos con el ánimo de reflexionar acerca de la inequidad de los géneros, a la manera de Virginia Woolf, que para dar rienda suelta a las veleidades del ocio, siempre reacio a vicisitudes e incomodidades como el tráfico, el mundanal ruido de los compradores de trastos viejos o los virus que a veces se pasean a sus anchas por las calles.

Ahora que vivimos tiempos de confinamiento, nada más lúcido y refrescante que asomarse a este relato, donde Xavier de Maistre se interesa por descubrir las sombras de los grandes desplazamientos físicos y novelas de aventuras que han inundado a la humanidad, revirtiéndolas en lo que nos puede deparar un viaje dentro de nuestra propia casa, desconocida de tan habitada, poblada de esguinces y revelaciones que sólo una pandemia de las dimensiones actuales puede enseñarnos a mirar por primera vez.

 

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