¡El monolito, el monolito!
Juan Arturo Brennan
La imagen es potente, duradera, emblemática, inolvidable. Unos cuantos antropoides con cara de muy despistados, de muy intrigados y quizá muy asustados, dan vueltas sin ton ni son alrededor de un extraño monolito que ha aparecido misteriosamente en medio de un paisaje agreste y rocoso. Mientras miran asombrados el artefacto, los antropoides hacen toda clase de gestos, producen una rica variedad de ruidos guturales y no de-jan de señalar el objeto. Algunos de los antropoides, los más osados, se acercan al monolito y se atreven a tocarlo; no ocurre nada al menos no de inmediato.
Si usted supone, cinéfilo lector, que estoy describiendo esa escena del filme 2001: odisea del espacio (1968) de Stanley Kubrick, se equivoca. Es el contenido de un reciente video de circulación viral que, junto con algunos otros relativos al caso, me ha enviado ese roquero desaforado y melómano de variada filiación que es mi amigo Óscar Sarquiz, quien conoce bien mi proclividad a la ciencia ficción, al cine de Kubrick y a las teorías conspiratorias. Y ya no explico más, porque sin duda a estas alturas todos ustedes saben de qué se trata. Si no lo saben, no tienen más que googlear monolito, Utah, helicóptero, borregos cimarrones, y con eso tienen. En fin creo que es claro todo este preámbulo mío no es más que un pretexto para encarrilar un texto sobre música porque, ¿saben ustedes?, en estos días he asistido a pocos conciertos presenciales. Así que ahí va esta perorata músico-kubrickiana que me acabo de sacar de la manga, y que espero no sea del todo inútil.
Me queda claro que, a estas alturas, glosar una vez más el ejemplar trabajo musical de Kubrick en sus películas a partir de 2001: odisea del espacio y hasta Ojos bien cerrados (1999) no tiene ningún sentido. Además de que mucha tinta se ha vertido y muchas palabras han sido pronunciadas sobre el tema, resulta que el público tiene acceso casi total a los soundtracks kubrickianos de las películas del periodo mencionado. ¿Casi total? En efecto: por razones que desconozco, razones tan misteriosas como el monolito mismo (cualquiera de los dos), el soundtrack de El resplandor, que apareció puntual en el correspondiente elepé, nunca fue digitalizado. (Si supieran ustedes cuánto me ofrece por mi ejemplar mi amigo Daniel, que comercia con joyas en vinilo).
Lo interesante está, entonces, en la música de las películas de Kubrick anteriores a 2001: odisea del espacio. Con excepción de los soundtracks de Lolita y Espartaco, el acceso a las músicas de la filmografía temprana de Kubrick es muy complicado. En 1998 se puso un remedio parcial pero interesante a este estado de cosas: bajo el título de Strangelove (el título en inglés del filme Dr. Insólito) se puso en circulación una compilación de tracks musicales que incluye, por un lado, materiales ya conocidos en las ediciones originales de los respectivos discos, y por el otro, algunas piezas que difícilmente pueden escucharse al margen de sus respectivas películas. En este ámbito de la compilación destacan las piezas escritas por Gerald Fried, colaborador cercano y frecuente de Kubrick en su primera etapa como realizador, para las películas Día de la pelea, Miedo y deseo, El beso del asesino, Casta de malditos (una más de las innumerables traducciones idiotas de títulos cinematográficos) y Patrulla infernal. Son especialmente atractivos aquí los tracks compuestos por Fried para el inicio de Miedo y deseo, y la pieza que acompaña la secuencia de la patrulla nocturna en Patrulla infernal. La calidad y expresividad de las piezas de Fried incluidas en el cedé Strangelove me lleva a especular con la idea de que si Kubrick hubiera decidido encargarle a él las partituras para sus películas tardías, tendríamos una rica y variada colección de soundtracks kubrickianos originales.
A falta de otra cosa que escribir y con un poco de espacio disponible, concluyo con uno más de mis inútiles juegos de palabras, esperando que la Real Academia Española me favorezca con su aprobación, me incluya en su diccionario y me otorgue el crédito correspondiente. El artefacto descubierto en Utah no es de piedra, así que, si no tienen objeción, llamémosle monosídero. He dicho.