Sobre Kim Ki-duk Por Daniel Pem

Sobre Kim Ki-duk

Por Daniel Pem

Me resulta peculiar que una semana antes de la muerte de Kim Ki-duk, y por motivos pedagógicos, haya visto una de sus primeras películas, “Las Estaciones de la Vida”. En cierto modo este filme entrelaza dos tramas: la relación que existe entre un discípulo y un maestro, así como la búsqueda por la que pasa el primero en la que distintas edades lo conducen al despliegue de sus propios deseos, cosa que inclusive involucra la necesidad de alejarse del maestro, para finalmente vincularse con él mismo a través de reproducir las prácticas que le han sido legadas.

El maestro al inicio ocupa el papel de instructor y padre. El crecimiento de su alumno le abre una sed de mundo por la cual habrá de inmiscuirse en una realidad aleada del

apacible lago en el cual fue criado. Mucho tiempo pasa tras una compleja y atribulada serie de experiencias, sin embargo el maestro ya le había dejado todo para su regreso, y así la pérdida se convierte en una posibilidad de reencontrarse desde otra lógica. Toma el libro que había conservado y comienza a practicar seriamente sus enseñanzas, ya sin la carga que entraña la obligatoriedad que un joven adquiere por fuerza de su inmadurez y de su condición vulnerable.

Una buena lección se posee cuando ella se expresa en una nueva forma de relacionarse con la vida y, por ende, con aquello que se tiene por sagrado, incluyendo a los ‘seres queridos’. Kim Ki-duk no existe, en cuanto reducirse a mera representación que sus admiradores han definido a través de lo que pudiese dar cuenta de su obra y su vida; sin embargo, eso no hace el afecto menos válido, incluso considerando la problemática que entraña el vincularse emocionalmente con personas que uno realmente no conoce, pues poco de su intimidad es capaz de comprender o de confrontar inclusive -y los límites contenidos en justipreciar bajo esos términos un afecto ya dado por genuino.

Algunos amigos han sufrido su pérdida, o al menos así lo han manifestado. ¿Qué se podría decir al respecto? Si la lectura de esta película pudiera aplicarse a la realidad, sobre la coherencia que conforma asumir las reflexiones contenidas en la misma, entonces una posibilidad para honrarlo estribaría en continuar con su práctica -recuperar minuciosamente las formas y fondo extraíbles sobre su obra cinematográfica a la búsqueda individual.

El ritmo actual difícilmente permite tomar conciencia sobre cómo el tiempo pasa y transforma el destino de las personas por las que hemos sentido alguna forma de apego, en este caso de admiración. Día a día cualquiera puede morir aunque eso rara vez nos importa, simplemente se apaga la existencia de alguien al cual en nuestra confortable conciencia damos, si bien no un aire de eternidad, sí al menos de certeza. Ahí está disponible para gusto personal y poco nos importa hasta saber sobre su pérdida.

Pero resulta muy puntual reestructurar esta dinámica atendiendo al mensaje de la película que hemos mencionado: el artista a veces consigue conformar una expresión nítida entre su existencia y su creación, siendo o no el caso, podría extraerse de su trabajo una fórmula para conducirse en el ámbito cotidiano, o ya teniendo muy bien conformado dicho hábito, bruñirlo como el templo cuyos cuidados requiere de manera constante. Así el afecto se convierte en un hacer cuya densidad nunca abandonó el valor sobre lo querido.

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