Entre las sombras escondida

Entre las sombras escondida
– Antonio Valle –

La Jornada Semanal

El Niño Nuevo que habita donde vivo

me da una mano a mí

y la otra a cuanto existe

Alberto Caeiro, El guardador de rebaños.

Una vez que escuchó al profesor de secundaria leyendo a Góngora, Gitano decide que en realidad él no habla español. Se dispone a conocer la lengua –que su madre le negó– leyendo Las soledades, de Góngora. Deslumbrado ante el poder de las palabras, en una colección de tesoros de la juventud, Gitano, además, busca a Cervantes y a Rubén Darío, a Emily Brönte y a Poe.

Meses después, mira el suave caminar de Rosita. Con una pelota de fut girando entre su cuerpo, Gitano le ofrece una hermosa danza a la trigueña. Esa noche, cuando Rosita vuelve a casa, bajo las sombras móviles de un árbol, Gitano le pide que sea su novia. Rosita dice “sí”, y lo enseña a besar. En aquella Navidad, después de tocar con su lengua la lengua de la virgen, como si frecuentara a “El guardador de rebaños”, inventa un relato imaginario del niño dios. Su mente queda imantada con el haz esmeralda que nace de los ojos de Rosita. Antes de dormirse, ella piensa que en la lengua de Gitano vive el niño Dios.

Durante el Año Nuevo de 1974, como los célebres peces en el río, Gitano bebe y bebe y vuelve a beber; les argumenta a sus amigos que es por la alegría de que ha visto a Dios nacer… Después de vomitar un buen trozo de tristeza, el chico cree encontrar la llave para trascender su timidez. Antes de que la culpa lo desbaste, se emborracha con Alejandrinha, una brasileña culta, considerablemente sensual y exitosa.

Poco después escribe, “La pelota”: Juega con ella, domínala, flota, se va como un sueño, juega con otra. Gitano hace la calle donde vive Rosita. Camina abrazado de una rubia con la que fantasean más de tres adolescentes, y aunque la chica aprieta los labios para besarlo, Gitano resplandece cuando camina con aquella joven glacial y “estilera”. Rosita, que no ha dejado de llorar, intenta tirarse de un puente que atraviesa el Periférico. Gitano olvida la prueba de la virgen suicida y, mientras bebe ron barato, sigue leyendo Historia universal de la infamia.

Gitano entierra la imagen de Rosita hasta que años después, en una Navidad post hippie, mientras bebe cocteles Margarita, escucha al Grupo Folklórico y Experimental Neoyorkino: “Yo te recuerdo cariño/ mucho fuiste para mí/ Siempre te llamé mi encanto/ siempre te llame mi vida/ hoy tu nombre se me olvida.”

Entre las rumbas (y tumbas) de sus pasiones, Gitano percibe un extraño resplandor esmeralda. Al tipo, que todavía no sabe cómo ha logrado llegar a los “veintisiete”, ahora lo llaman Fascineitor. Después de recitar los horrendos versos de su “Intento de poema para el amor de cinco” y “El revolcadero”, la dulce Rocío muerde el anzuelo, y luego, en el corazón de la nochebuena, hace una trenza con Valérie.

Años después, Gitano apaga las luces de Navidad intentando cantar “El loco”: “Que abrazado de un árbol/ le platico mis penas”, pero no termina la canción porque se va de bruces sobre un pino recamado de esferas. Enseguida, intenta deleitar a Cloe mezclando sus vainas con una canción de José Alfredo: (“Amanecí otra vez entre tus brazos/ y desperté llorando de alegría/ pero, ¡oh!, ahí no estabas tú// sólo dunas/ otra espalda/ el mundo”.)

Luego, en un pasaje de delirium tremens, Gitano sufre alucinaciones visuales y auditivas, está convencido de que desde hace medio siglo vive con Rosita. Dice que su casa huele a ropa sucia, a alcohol y a costillas echadas a perder. Jura que todas las noches Rosita le pregunta: ¿Por qué, cabrón charro misterioso, por qué dejaste de quererme?

En un sueño, Gitano vuelve a la casa de Rosita. Es nochebuena y duerme entre periódicos viejos. Gitano es un actor de David Linch; de pronto escucha el timbre telefónico que repiqueteaba en los setenta. Descuelga. Es la voz de Rosita: “No estoy muerta… Eres tú quien vive en ruinas.” Alguien echa a girar en la consola: La primera vez que vi tu rostro, el disco de Roberta Flack que le regaló Rosita en una Navidad remota.

Ha pasado un diluvio de tiempo. Ahora, en una típica reunión pagano-navideña, vuelve a sonar la vieja canción neoyorkina: “…y como nunca te lloré/ entre las sombras escondida//… Anda pronto/ y regresa luego/ y dame un pasaje/ que me voy al cielo…” La última estrofa envía a Gitano a vivir una larga temporada en el infierno. Durante años no dejó de repetir un verso de Sor Juana: “¿para qué me enamoras lisonjero/ si has de burlarme luego fugitivo?” Cuando sale de prisión y logra quitarse la máscara que se hizo con incontables fantasías, Gitano recuerda un fragmento de la historia que le contó a Rosita: “Alcanzo el pie de la posada/ junto a huérfanos y reyes/ Ellos/ como tú y yo/ querida niña/ disfrutamos de la gala temperada/ que la Virgen imantó en el Niño.”

Cuando Gitano termina de contarme este relato, me pide incluir este mensaje: “Si acaso llegara usted, Rosita, a leer esta historia, mediante la gracia de Tonantzin, sabrá comunicarse con Luis Tovar, director de este espacio. Sólo usted conoce mi rostro y nombre verdaderos.” .

 

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