El año de 1640 el M. R. P provincial Fr. Pedro Hernández (1640-43) entre los problemas que tuvo que afrontar fue el de la fundación de Salamanca. La iglesia no pasaba de una insignificante ermita hecha de adobe. El P. Prior de Salamanca Fr. José Rodríguez dio un informe pesimista y desalentador al capítulo intermedio celebrado en Charo (Michoacán) el 1 de noviembre de 1641. Se acordó entonces la supresión del convento salmantino y que la comunidad religiosa se trasladara a Valle de Santiago. Pero al padre provincial, que se le partían las entrañas al verse obligado a dejar la fundación salmantina, pidió al definitorio pleno que le concedieran autorización para hacer un esfuerzo y salvar la obra. Le fue otorgado el voto de confianza, pidió la renuncia del P. Rodríguez, y designó como nuevo prior de Salamanca a Fr. Miguel de Guevara (autor de soneto: no me mueve, mi Dios…). El nuevo prior logró el milagro de levantar en año y medio (noviembre de 1641 a mayo de 1643), la estructura arquitectónica de la iglesia, es decir, la obra negra.
El templo de San Agustín en Salamanca, México.
El templo de San Agustín
Considerado uno de los edificios religiosos más hermosos de Latinoamérica y emblema de fe e historia del pueblo de Salamanca.
Esta es parte de la historia del majestuoso templo de San Agustín, sus muros edificados con sacrificio y amor a un pueblo que nacía, cuya construcción ha visto pasar más de 414 años de historia y desarrollo de Salamanca.
El Templo y El ex Convento, ahora convertido en el Centro de las Artes. La historia dice que, aunque Fr. Juan Bautista de Moya, llamado el apóstol de tierra caliente, (que misionó gran parte de los estados de Michoacán y Guerrero), ya había pasado evangelizando o misionando el territorio otomí de Xidoo (tierra de los tepetates), hoy la ciudad de Salamanca, fue hasta 1615 cuando los frailes agustinos fundaron el convento en estas tierras.
Por este tiempo siendo superior de la nueva provincia Agustiniana de San Nicolás de Tolentino (fundada en 1602) el P. Fr. Juan Caballero, el día 26 de mayo de 1615, Fr. Juan de San Nicolás (nombrado prior) y Fr. Francisco de la Anunciación se presentan ante la justicia de la villa con carta del P. Provincial, para tomar posesión y hacer fundación del convento de San Juan de Sahagún en la villa, lo que se realizó en una casa que verbalmente había donado a la provincia el señor Juan de Cuéllar. Allí, Fray Juan de San Nicolás puso una campana, llamó a misa, una vez que se reunió la gente, se celebró el sacrificio de la eucaristía, sin que hubiera ninguna contradicción. Al terminarla lo contradijo el beneficiado del lugar, no haciéndole caso los agustinos. Y de inmediato Fr. Francisco dijo otra misa con gran concurso de gente. Quedaban así los agustinos establecidos en Salamanca (Roberto Jaramillo, los agustinos de Michoacán 1602-1652, p. 80).
Dicho convento fue dedicado a San Juan de Sahagún, santo de la orden Agustiniana que había muerto en 1479 en Salamanca, España: no podía tener mejor significado tal dedicación. Nuestra fundación del convento, podríamos compararla con la parábola evangélica del insignificante grano de mostaza que al crecer se convierte en un gran arbusto: sobre esto nos dice Fr. Diego de Basalenque: en esta villa fundamos con mucha paz de todos, si bien que la fundación es pobre, más tiene lo necesario para cuatro religiosos, porque el convento de Cuitzeo le dio de limosna en el Valle de Santiago renta de cuatrocientos pesos, sin otras (ayudas), que tiene el convento con que pasa por ahora.
El edificio es al uso de la villa, de tierra de tapia y adobe, y la sacristía pobre, que todo ha sido ornato que le han dado de limosna (Fray Diego de Basalenque, historia de la provincia Agustiniana de San Nicolás de Tolentino de Michoacán, p. 315).
Casa de oro
El Templo de San Agustín en Salamanca, Guanajuato
El templo de San Agustín de Salamanca atesora en su interior 11 retablos barrocos dorados de la segunda mitad del siglo XVIII y una interesante colección de pintura y mobiliario virreinales.
La construcción del maravilloso monumento se remonta al año de 1609, cuando el provincial agustino fray Diego de Ávila obtuvo de Felipe III la licencia necesaria para fundar cuatro conventos de su orden en la provincia de Michoacán.
La sede de uno de esos establecimientos fue la recientemente fundada Villa de Salamanca, quien recibió a los agustinos y a su primer prior fray Juan de San Nicolás el 26 de mayo de 1615.
En sus inicios, la fundación fue dedicada al Beato Juan de Sahagún.
En cuanto a la edificación del actual inmueble pueden marcarse dos etapas diferentes de construcción.
La primera se inició en 1641 durante el priorato de fray Miguel de Guevara; es posible que durante esta etapa se hayan levantado la iglesia mayor con sus torres, cúpulas y portada, así como el primer claustro, dado que la concepción estilística de estos elementos revela su creación en el siglo XVII.
La segunda etapa de construcción se inició en 1761, cuando se decidió ubicar la casa capitular en Salamanca.
Dentro de este periodo es posible datar el segundo claustro o “Claustro Mayor” y con toda seguridad los retablos de la nave.
El siglo XIX llegó a la región y con él se inició la decadencia de este espléndido edificio; en una fecha cercana a 1836 fue desmantelado el Altar Mayor y sustituido por el neoclásico
El templo y su dorado interior
El interior del templo agustino de Salamanca es una explosión dorada de follajes, rocallas y cortinajes; al caminar por la nave, los cambios de perspectiva y el juego de claroscuros dotan a los retablos de vida propia, como un bosque azotado por el viento.
En las alturas, un Cristo desciende de su cruz; al fondo el arcángel Gabriel agita sus alas y unos sonrosados mancebos cubren su desnudez con dorados paños.
A cada paso el áureo follaje parece venirse abajo en un incontenible torbellino donde querubines y amorcillos cantan la sublime gloria tridentina.
La nave del templo se articula en cuatro espaciosos tramos, crucero y presbiterio, entre los que se hallan dispuestos 11 retablos diferentes, en los que hallamos representadas varias fases del barroco tardío.
El diseño y la constitución general ubican a estos retablos dentro del estilo queretano de mediados del siglo XVIII, cuyas características aparentes en las piezas salmantinas se resumen al uso de tallados en forma de petatillo en el fondo de los retablos, a la disposición preponderante de telones, cortinajes y coronas y a la excelencia de la aplicación del dorado y del estofado.
La similitud entre los retablos de Salamanca y los de Santa Rosa de Viterbo en la ciudad de Querétaro, es tan evidente que la nave de una pudiera ser una extensión de la otra.
Los colaterales del crucero de la iglesia son los más importantes del conjunto.
El retablo del evangelio está dedicado a Santa Ana y gracias a Enrique Berlín conocemos que su autor fue Pedro José de Rojas, quien lo contrató en el año de 1768.
En este retablo, conformado por un solo cuerpo y un remate, se aprecia el inicio de la di solvencia del estípite como elemento articulador de las composiciones, pues tanto en este como en el colateral de San José, se observan cuatro grandes apoyos que han perdido su imagen de soporte para convertirse en una monumental cascada de hojarasca y follaje que más que sostener el cuerpo del retablo parecen pender del cornisamiento.
Estos apoyos degenerantes limitan las tres calles del retablo; la central posee al centro un fanal con una pintura de la Virgen de Guadalupe y sobre él una inmensa corona imperial con cortinajes que teatralmente presenta a Santa Ana cargando en brazos a María.
Flanqueando esta representación hay otras dos coronas de menor tamaño que abren sendos escenarios donde se representan la Anunciación a Santa Ana y el ofrecimiento de María a Dios Padre.
Finalmente, en el remate y sobre estos dos conjuntos se observan la presentación de María al templo y a Santa Ana enseñando la doctrina a la Virgen niña.
Todo este aparato teatral se complementa por amorcillos, querubines y arcángeles que hacen coro a las representaciones sacras allí mostradas. Es preciso mencionar que en los retablos del pseudo crucero del templo queretano de Santa Rosa se repite; la imagen de estas coronas con el mismo diseño que las de los colaterales salmantinos.
El retablo del crucero de la epístola está dedicado a San José y muestra una estructura formal idéntica al anterior, que supone la autoría del mismo Rojas, aunque no exista el documento que lo pruebe.
La concepción formal no varía sustancialmente; sin embargo, la calidad de los grupos escultóricos es superior a la del retablo antes descrito.
Los pasajes representados en los ambientes de este retablo incluyen la imagen de San José en el fanal, mientras que en las coronas laterales se observan el sueño de José y el hallazgo de Jesús entre los doctores y sobre ellos la huida a Egipto y los desposorios.
Finalmente, en el escenario creado por los cortinajes de la gran corona central se representó el tránsito de José asistido por Jesús y María.
Los retablos del cuerpo de la nave pertenecen a la modalidad de la pilastra nicho con una marcada tendencia hacia el anástilo, lo que creemos respondió, tanto a una necesidad de tipo espacial, como a la modalidad imperante en el ámbito queretano, ya que al despojar a los altares de elementos tectónicos voluminosos se concedió a la nave del templo más espacio efectivo para circulaciones y ocupación.
En el primero de los cuerpos de la nave es posible identificar el colateral dedicado a San Nicolás Tolentino, en el que los apoyos formales ebullen y se degeneran para crear los ambientes donde grupos escultóricos muestran pasajes de la vida del santo.
Frente al anterior se encuentra el excepcional retablo-tribuna-celosía, que actualmente está dedicado a Santo Tomás de Villanueva, el segundo cuerpo de este mueble ofrece un espléndido encaje de madera y hoja de oro, estructurado por cuatro pilastras Hermes. Detrás de esta celosía estuvo la tribuna donde aparentemente los religiosos enclaustrados escuchaban misa sin salir del convento.
En el tramo siguiente se localiza el retablo-acceso de la Inmaculada Concepción como reina de los ángeles.
Esta pieza no es un retablo en el rigor de la palabra, puesto que al disponerse en el tramo que contiene el acceso lateral, se generó como un inmenso panel que aprovechara el espacio de muro no utilizado por la puerta.
De esta manera, tres pilastras nicho y dos pesudo pilastras realizan la composición en la que se incluyó la representación de la Inmaculada a la que hacen coro seis arcángeles.
El compañero del anterior es el retablo de Santa Rita de Casia, en el que la influencia de Querétaro no puede ser más evidente.
Conformado en un sólo cuerpo y remate, pertenece a la modalidad anástila al no incluir en su composición más que un vago recuerdo de los elementos tectónicos.
En sentido estricto, todo el mueble es un gran fondo de madera tallada en petatillo o estera, sobre el que se dispusieron una multitud de follajes y guirnaldas.
Aquí llaman la atención dos inmensos óvalos de tradición queretana, cuyos altorrelieves estofados muestran el traslado milagroso de Santa Rita al convento de su ciudad y el tránsito de la santa.
En la calle central se encuentran una imagen de la Virgen de la Cinta, y sobre ella un espléndido estofado de la santa de Casia.
Los siguientes retablos son de menores dimensiones y desafortunadamente presentan su iconografía muy modificada.
Sus cuatro retablos se han denominado como de las Reliquias y de Santa Mónica, en el lado de la epístola y de los Dolores y de Animas, en el lado opuesto.
El retablo de Santa Mónica presenta la particularidad de ser el único del recinto que incluyó estípites en su composición; así mismo, frente al anterior, el retablo de las Animas posee la única pintura de caballete de todas las piezas de la nave.
Algún apresurado investigador quiso atribuir este lienzo a Cristóbal de Villalpando, aduciendo gran semejanza con otro del pintor que se encuentra en Santiago Tuxpan, Michoacán. Empero, ni la pintura michoacana se parece a la de Salamanca, ni ésta posee el dibujo, el trazo y el colorido que son la segunda firma de Villalpando.
Desde mi punto de vista, es probable adjudicar la autoría de este lienzo a Juan Baltasar Gómez, basándonos en las grandes similitudes que existen entre esta pintura y las que ornamentan el coro, firmadas por él en el año de 1768.
La sacristía y sus tesoros
El magno recinto agustino tiene reservados más tesoros que son celosamente guardados en la espaciosa sacristía y los salones anexos.
En primer lugar, mencionaremos la magnífica mesa de la sacristía, cuya planta octagonal está complementada por la más audaz de las fantasías. Los soportes del mueble están formados por un conjunto de lazos y ondulaciones que evocan el intenso tráfico artístico con el medio oriente a través del Galeón del Pacífico; sin embargo, el elemento más sobresaliente de esta pieza es el inmenso corazón agustino tallado en madera que, desafiando el equilibrio, se yergue airoso en el centro de la mesa. La superficie de este símbolo está ornamentada con las representaciones de los apóstoles, así como con una poco ortodoxa imagen de la Trinidad presentada por una sola persona con tres rostros. Finalmente, remata toda esta espléndida composición una mitra episcopal que, como el resto de la pieza, está embellecida por múltiples incrustaciones de marfil y conchas.
También es digna de mencionar la importante colección de pintura virreinal, de la que destaca una serie formada por siete excelentes obras de autor desconocido cuyo tema son varias escenas de la vida de San Agustín y que, según los nombres de los donantes, pertenecieron al convento agustino de Nuestra Señora de los Dolores de la ciudad de Querétaro.
Entre las escenas que presentan estas pinturas, sobresalen la letanía pública que San Ambrosio adicionó en Milán con la frase A logica agustini, liberanos Domine-cuya cartela reza “A devoción del Sargento Mayor Don José de Escandón, Alcalde Ordinario de esta Ciudad de Querétaro. Año de 1730”-, así como el carro triunfal de la Iglesia conducido por San Agustín en el que se lee “A devoción del Señor Don Nicolás de Armenta, clérigo presbítero prefecto que fue de la Congregación de Nuestra Señora de Guadalupe. Año de 1730”. A pesar de que no ostentan firma aparente, es factible que, por la fecha y las características del oficio del autor, hayan sido creadas por algún heredero de la escuela de Juan Rodríguez Juárez.
Finalmente, es preciso hacer mención de los cuadros de los fundadores del convento queretano que se observan en la sacristía salmantina: el retrato de fray Luis Martínez Lucio firmado por Tomás Xavier Peralta en 1734, y el correspondiente a fray Carlos Buitrón Moxica, anónimo fechado en 1737.