El asalto a México-Tenochtitlan: una mirada desde el materialismo histórico
– Miguel Ángel Adame Cerón
El asalto y la caída de la populosa ciudad mexica de Tenochtitlan, situada en el corazón lacustre y en el culmen crítico del desarrollo histórico de Mesoamérica, sucedió a manos de un ejército híbrido: por un lado, soldados españoles comandados por su capitán Hernán Cortés y, por otro, guerreros de las etnias rivales de los tenochcas, encabezados por los tlaxcaltecas y sus estrategas. Los primeros llevaban la dirección, la expansión colonial y las ambiciones por delante y los segundos aportaban numerosidad, buscaban detener el dominio mexica y daban informaciones de las debilidades de las ciudades sitiadas. Este acontecimiento como res gestae (como hazaña) fue muy importante para la historia como rerum gestarum (como proceso), tanto de la conquista-colonización española en América (Abya Yala o Anáhuac), como para la historia expansionista de la modernidad occidental en su longue durée y, en específico, para el avance de la acumulación originaria capitalista, pues esa derrota inauguró el avance invasor y expoliador ibérico-europeo sobre los territorios continentales, ricos en tierras, biodiversidad, vetas mineras y en población nativa susceptible de explotar, aculturar y evangelizar:
Marx escribió en el Capítulo XXIV de El Capital “La llamada acumulación originaria”, que:
El descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, la conquista y saqueo de las Indias orientales, la transformación de África en un coto reservado para la caza comercial de pieles negras, caracterizan los albores de la era de la producción capitalista. Estos procesos “idílicos” constituyen factores fundamentales de la acumulación originaria. Pisándoles los talones, hace su aparición la guerra comercial entre las naciones europeas, con la redondez de la tierra como escenario.
Así pues, se posibilitó abrir espacios propicios para la inicial explotación procapitalista en estas tierras, que inmediatamente se integrarían a la conformación de lo que Immanuel Wallerstein llamó Moderno Sistema Mundial y que estaría nucleado por la conformación del primer mercado mundial de bienes, productos, mercancías e intercambios bióticos (por ejemplo, microparasitarios). Por ello es importante captarlo desde la perspectiva marxista crítica del materialismo histórico, que en la conmemoración de ese evento disruptivo complejo y contradictorio a los quinientos años de acaecido (1521-2021), ha sido relegada. Sin embargo, es esencial para entender cuáles eran los mecanismos y relaciones económico-político-socioculturales de las sociedades mesoamericanas en su historicidad, y para la comprensión de las creadas a partir de irrupción expansiva europea –concretamente española–, cuyo proceder igualmente obedecía a un proceso transicional imparable.
Modo “asiático” mesoamericano de producción y formaciones socioeconómicas
Los conceptos generales de “modo de producción” y “formaciones socioeconómicas” estuvieron en boga en las décadas de los años sesenta, setenta y parte de los ochenta del siglo pasado, en muchos medios académicos y militantes. Estos conceptos se trataron ampliamente en las discusiones antropológicas e históricas en México y otros países de América Latina, como Perú. En el caso de México, autores arqueólogos y antropólogos como César Olivé, Roger Bartra, Alfredo López Austin, Alfredo Barrera y Eduardo Matos, entre muchos otros, los utilizaron y discutieron sobre la base de investigaciones y definiciones en relación con la “superárea” mesoamericana.
El modo de producción que se instauró en Mesoamérica es el que Karl Marx llamó Modo de Producción Asiático porque en sus estudios históricos comparativos, él primeramente lo encontró en sociedades asiáticas –como China e India– y Marx mismo lo extendió para las sociedades precolombinas de los “aztecas” y los “incas”; obviamente en éstas dicho modo tuvo su propia especificidad histórico-ecogeográfica y cultural.
Para Marx, tanto el Produktionsweise (Modo de Producción) como las Gesellschafts Formationen (Formaciones Sociales) son totalidades de producir y reproducir la vida humana mediante procesos de trabajo (metabolismos con la naturaleza); dinámicas integradas por fuerzas, estructuras y diversos tipos de relaciones, siendo los Modos de Producción totalidades más generales y las Formaciones Sociales totalidades particulares.
El modo de producción asiático, en general, es derivado del modo de producción primigenio; se produce-reproduce esencialmente sobre el trabajo manual de las comunidades de base, que forman la clase del trabajo (macehualli) y que en nuestro caso eran fundamentalmente agrícolas y manufacturero-artesanales, y mantenían la propiedad colectiva de la tierra y la propiedad parental de sus casas y huertos. Ellas tenían que entregar a las capas superiores, coordinadas y representadas político-jurídica y administrativamente por el Estado, cuotas de plustrabajo o plusproductos en forma de tributos.
Los factores históricos y Mesoamérica en tanto Modo de Producción
Para explicar la caída de Tenochtitlán se mencionan seis grandes rubros de factores que incidieron, donde hubo ciertas ventajas por parte de los españoles y sus aliados: 1) Los económicos y técnicos; 2) los estrictamente de orden militar y armamentístico; 3) los de salud y epidemiológicos; 4) los políticos; 5) los psicológicos y de mentalidad; y 6) los relacionados con la interpretación y la semiosis.
Si nos damos cuenta, en esta lista faltan los factores históricos de larga duración, es decir, estructurales de producción y reproducción de la vida material, social y cultural, y su despliegue como historicidad y cotidianidad (Fernand Braudel). Concretamente, en el “choque de dos mundos” –de las historias de dos macrorregiones: la Europea y la mesoamericana– se implican a profundidad los modos de producción y las formaciones económico-sociales que se confrontan y dinamizan con violencias, alianzas, astucias, acciones, etcétera, por la necesidad de hacer valer dominios y permanencias y, con ello, entonces, poner a prueba su vigencia “histórica”, es decir, su pertinencia en los actos históricos (res gestae) como historidae gestarum rerum.
Cabe recordar aquí el interesante posicionamiento de Eduardo Matos en la década de los setenta, respecto de que Mesoamérica, como proceso constitutivo, es sinónimo de un Modo de Producción (con sus formaciones sociales en el conjunto de dicha superárea), en el cual las clases superiores de las ciudades-Estado étnicos (Tlatocáyotl) dominantes ejercían un doble poder tributario: a) contra sus propias clases inferiores y b) sobre otras entidades-pueblos (altépetl), a través de la sujeción de otros Tlatocáyotl. Con esta definición de Matos podemos entender la dinámica de confrontación interna y, por ende, de disconformidad y descontento entre las etnias sojuzgadas contra el Estado hegemónico mexica.
Los Estados-gobierno o Tlatocáyotl interaccionaban bajo pertenencias de identidad locales, vivían divididas como formaciones sociales a pesar de alianzas político-económico-militares en determinadas coyunturas. Así se explica que más fácilmente, en relación con un supuesto enemigo común, se dividieron con cierta facilidad y sus estructuras ya relativamente gastadas y comparativamente débiles crujieron, pero antes se pusieron a prueba precisamente en la confrontación real de sujetos y grupos que las encarnaban y las asumieron en ese momento inédito e históricamente trascendente que fue la invasión española. Éstos traían preñada en sus procederes y relaciones una nueva conformación estructural que iniciaba una de sus vertientes históricas: la primera en tierra firme de este “nuevo” continente, como expansión invasiva y colonizadora esencialmente violenta (matanzas, saqueos, violación, esclavización, despojos), pero con maneras político-jurídico-culturales relativamente eficaces (discursos, derechos, institucionalidad, costumbres, valores, ideales religiosos).
La alianza antimexica y el triunfo español hacia la acumulación originaria
En la guerra contra Tenochtitlan y Tlatelolco hace quinientos años, estas formaciones sociales representaron en esa res gestae la resistencia y el aferramiento heroico al modo de producción “asiático” mesoamericano; pero paradójicamente la historia de este modo de producción sufrió aquí una derrota crucial a manos de las huestes invasoras españolas en alianza rebelde con las etnias nativas contrarias a esas ciudades-Estado. En efecto, fue una paradoja dramática que así fuera, porque estas etnias pertenecían cosmológica y experiencialmente al mundo mesoamericano, mundo de por lo menos 3 mil años de historia compartida heredada, y funcionaron por generaciones enteras bajo esa lógica tributaria y de relativo equilibrio sacrificial con la naturaleza y entre ellas mismas.
Pero quienes comandaron el asalto final en esa guerra determinante y posteriormente capitalizaron otras victorias contundentes en otras áreas mesoamericanas, fueron Cortés y sus hombres, representantes actuantes de otra historia civilizatoria y otro modo de producción que llevaban en ciernes y que de manera implacable, con eficacia material y mental, fueron imponiendo durante tres siglos (no sin fuertes resistencias). Pero inicialmente su bagaje sociocultural funcionó para la consolidación paulatina de la colonización: la ambición y la codicia de oro-dinero-riqueza era el eje que movía sus voluntades y sus sueños de grandeza, poder, honor, redención y evangelización católico-cristiana; de la misma manera su pensamiento medieval-renacentista, sus instituciones occidentales, sus iniciativas individuales y su semiótica comunicativa y de perspectiva con capacidad para adelantarse y reconocer otredades lejanas (como diría Tzvetan Todorov), fueron el complemento de ese conjunto sociocultural, sin olvidar sus técnicas e instrumentos, como sus armas y su logística de guerra.
La acumulación originaria capitalista en Europa atlántica ya iniciaba; de esta forma, las huestes y luego los colonizadores españoles funcionaron como correas de transmisión: socioculturales, como biotas mixtas (“imperialismo ecológico”, como dice Alfred Crosby, y microparasitario-epidémico) y principalmente a nivel económico, con sus acciones en estas tierras, contribuían a su modo a hacerla viable, particularmente como parte del Estado-reino español (lo mismo podemos decir del portugués), con sus políticas imperiales expansivas y luego con sus leyes, decretos y demás medios de dominio económicos administrativo-jurídicos y socio-ideológico-religiosos.
Con la ofensiva final a México-Tenochtitlan y su caída y derrota dirigidas bajo comando español, aunque con fuerza masiva rebelde nativa, se afianza un contundente primer triunfo de las fuerzas de la acumulación originaria ampliada al continente. Así, pudo tomar buen aliento una vertiente clave de la misma, que abarca del siglo xvi al xviii, pues se sentaron bases para el saqueo minero, de tierras,
la compraventa de esclavos y, centralmente, el control y la expoliación de la fuerza de trabajo indígena y, por lo tanto, del tráfico de bienes, personas y dineros que enfilaron el primer mercado mundial. Implantada esta nueva situación, buena parte de los beneficios y excedentes salidos de aquí iban a parar a las burguesías de Holanda, Inglaterra, Bélgica, Italia, España y Portugal (oro, plata, azúcar, algodón, grana cochinilla, además del trasiego de plantas y animales).
De esta manera, la violenta oleada invasora de las tropas españolas fue la iniciadora del trastocamiento del modo “asiático” mesoamericano, incluso más allá de la tributación como meollo estructural-funcional del sistema; fue contra todo el andamiaje de ese modelo para refuncionalizarlo a sus estructuras y tendencias, que fueron asentándose conforme la nueva dinámica mundial se iba aceitando, articulándose el nuevo sistema-mundo capitalista y su mercado mundial en marcha.