Festival independiente de cine sobre diversidad sexual y de género,

Cuórum Morelia 2021
Carlos Bonfil
Durante el momento más crítico de la pandemia por Covid-19 en México, Cuórum, festival independiente de cine sobre diversidad sexual y de género, se vio obligado, por el imperativo de confinamiento y las recomendaciones sanitarias, a limitar su propuesta habitual de exhibiciones presenciales a un tour digital de cortometrajes por la plataforma Filminlatino.
La idea era mantener viva una manifestación cultural que por su temática y dimensiones modestas, corría el peligro de perder toda visibilidad durante la crisis sanitaria o simplemente desaparecer como fue el caso de otras iniciativas culturales independientes.
Para su sexta edición, presentada recientemente en Morelia, el propósito fue retomar el impulso inicial, regresar a las funciones presenciales, y afianzar un perfil de festival defensor de las causas de minorías sexuales muy diversas que incluyen a los colectivos lésbico-gays y a la comunidad de transexuales y transgéneros, la más estigmatizada e invisibilizada de todas. Esta inquietud está presente, por supuesto, y desde hace tiempo, en otros festivales de cine, en Guadalajara o en Monterrey, en el ya tradicional Festival Mix México o en MIC Género, pero la novedad en Cuórum es su apuesta por añadir a los intereses cinéfilos de un público muy joven, su propia vocación de militancia por las causas sociales.

Militancias. Entre lo más destacable en la propuesta de este año figuraron propuestas como la cinta brasileña Valentina (Cássio Pereira dos Santos, 2020), en la que se describe el itinerario angustioso de una joven adolescente trans y de su madre por los laberintos de la burocracia para lograr que una institución escolar acepte inscribirla con el nuevo nombre femenino elegido una vez que la joven decidió su transición a un género distinto al original biológico. Aun cuando las leyes brasileñas admiten desde 2011 la reasignación legal de género, Valentina (Thiesa Woinbackk, estupenda), debe enfrentarse a un entorno social particularmente hostil, y lo hace con un brío sorprendente, muy en el tono de Una mujer fantástica (2017), del chileno Sebastián Lelio. El drama de que una persona se vea obligada a vivir sin un documento de identidad que reconozca su género elegido, sin garantías y sin derechos, es una situación muy a menudo soslayada. La cinta brasileña retrata de modo muy eficaz la inmensa soledad y desamparo social de la protagonista, un infortunio matizado por la solidaridad de su familia. En otro registro, Victoria (Eloisa Diez), cortometraje premiado en el encuentro, ofrece el testimonio real de Alex Reyes de Anda, una persona transgénero que reivindica su nueva identidad masculina no sólo por medio de la música, sino en el insólito ejercicio de una paternidad capaz de seguir asumiendo libremente una función biológica reproductora propia del género femenino abandonado. Más allá del impacto de las imágenes que muestran a un hombre literalmente embarazado y el parto subsiguiente, todo en un un ámbito rural jaliciense muy conservador, lo que cautiva en este corto es la determinación indoblegable de Alex por hacer valer su derecho a decidir sobre su propio cuerpo y la configuración de su nueva familia al margen de cualquier determinismo social.

Memoria de un agravio. En su documental Corazones rebeldes (Rebel Hearts, 2021), Pedro Cos, realizador brasileño radicado en Estados Unidos, describe la atribulada saga de un grupo de monjas estadunidenses, las Hermanas del Inmaculado Corazón de María, quienes en los años sesenta decidieron rebelarse, en Los Ángeles, en contra de una jerarquía eclesiástica, encabezada por el cardenal McIntyre, aferrada a imponerles condiciones carcelarias en su práctica de retiro voluntario. En un agitado clima social de contracultura, reivindicación de derechos civiles y oposición a la guerra de Vietnam, se podía concebir todo tipo de rebeldías, menos la de mujeres religiosas para quienes la sumisión a la autoridad patriarcal era parte de un llamado vo-cacional y un incuestionable estilo de vida. Esa disidencia insólita y festiva ocupó las planas de los diarios nacionales, atrajo adhesiones y condenas, tuvo momentos heroicos en su variante de feminismo pionero, y también provocó en algunas de las monjas un desaliento moral que duró toda la vida, tanto por el aislamiento impuesto como por la incomprensión de su entorno. Pedro Cos recupera antiguas entrevistas, testimonios recientes de las religiosas aún sobrevivientes y con buen material de archivo arma un formidable documental de denuncia, hoy más vigente que nunca. Con este tipo de rescates fílmicos, el todavía pequeño festival Cuórum de diversidad sexual y género, podría llegar a conquistar los nuevos espacios de difusión que, por justicia, ya le corresponden.

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