El viaje anacrónico

El viaje anacrónico

Azaria Castellanos Vargas

Una mujer sostenía de manera inapropiada un atecocolli y el humo que arrojaban el resto de los hombres era confuso, la danza no correspondía a la vestimenta que portaban y el uso de la plumas era desmedido, pues los copillis estaban repletos de plumas de quetzal.

 

Despertó tirado sobre una gran plancha de concreto, su cuerpo ardía en calentura y las llagas provocadas por el sol lo comenzaban a lastimar. Lo primero que vino a sus ojos fueron cientos de pies caminando sobre aquella plancha gris que desprendía calor y olores fétidos; por un instante creyó estar en el mismísimo Mictlán, pero no podía creer que aquel lugar que algunos mexicas anhelaban visitar fuera tan pestilente. Conforme su cuerpo iba reaccionando, los ruidos se hacían cada vez más ensordecedores y los olores comenzaban a provocarle nauseas. Tekuani intento levantarse del suelo, pero su cuerpo se encontraba tan débil que apenas y pudo ponerse en cunclillas, su mente comenzaba a enloquecer, pues no entendía que eran esos ruidos y olores, la mirada de aquel joven mexica comenzaba a desorbitarse, pues los ríos de gente comenzaban a enloquecerlo; las palabras de aquellos hombres y mujeres eran incomprensibles para él. Aquel joven guerrero recordó la frase que su difunto tata siempre le decía de niño, “mente serena pequeño Tekuani”, los ojos de Tekuani se cerraron y comenzó a respirar con calma y poco a poco su mente silenció el bullicio para dar paso a sus recuerdos. El cuerpo y la mente de Tekuani comenzaban a tranquilizarse y como un rayo de luz surgió una breve imagen de su último recuerdo; todo comenzó a tener sentido, pues aquella bebida que la chamana del templo mayor le hizo beber en pleno eclipse solar le provocó tantas alucinaciones que lo hizo caer al suelo.

El sol estaba en su punto más alto, los ruidos iban cambiando conforme pasaban las horas y el cuerpo de Tekuani seguía paralizado ante aquella masa de gente, sus rodillas parecían estar adheridas al suelo y poco a poco la sangre dejó de circular por sus piernas, la mirada de Tekuani estaba hipnotizada sobre un pedazo de tela que poseía un águila devorando una serpiente de cascabel, aquellas imágenes le hicieron recordar las muchas ocasiones en que él y sus amigos habían sido testigos de cómo las águilas devoraban a las serpientes y conejos que se escondían entre las nopales y las piedras; de manera abrupta el sonido de un huehue invadió sus oídos y poco a poco comenzaba a salir de aquel trance visual en el que se encontraba. Su corazón se aceleró pues por un momento creyó que el efecto de la bebida comenzaba a desaparecer, Tekuani giro la cabeza y se dio cuenta que el llamado del huehue lo estaba provocando un hombre que tenía los ojos cubiertos con placas negras como si quisiera impedir que los rayos del sol tocaran sus ojos, a la derecha de aquel hombre una mujer sostenía de manera inapropiada un atecocolli y el humo que arrojaban el resto de los hombres era confuso, la danza no correspondía a la vestimenta que portaban y el uso de la plumas era desmedido, pues los copillis estaban repletos de plumas de quetzal, el corazón de Tekuani se debilitaba ante aquella perversidad; al bajar la mirada observó la sombra de una mujer que le arrojaba pequeños objetos metálicos que contenían la piedra del sol, una vez más tekuani quedó horrorizado, y lo ojos que primero fueron río se convirtieron en el mismísimo mar; su cuerpo se rindió ante la plancha de concreto, las miradas de desprecio terminaron por destrozarlo, sus ojos comenzaron a cerrarse, la calma comenzó a brotar de su corazón, las llagas dejaron de arder y el bullicio se convirtió en un silencio armonioso, Tekuani llego al éxtasis cuando su nariz fue invadida por el olor a tierra mojada, su corazón comenzó a latir con intensidad y antes de poder abrir los ojos un chorro de agua invadió su rostro y sus oídos
se deleitaron al escuchar “mente serena, pequeño Tekuani”.

 

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