Desde Cataluña Ramón Andrés: aforismos de la destemplanza existencial
Alejandro García Abreu
Un libro crepuscular
Ramón Andrés (Pamplona, 1955) –extraordinario ensayista y poeta– es autor, entre muchos otros libros, del profundo Semper dolens. Historia del suicidio en Occidente (Acantilado, Barcelona, 2015). Cultiva el aforismo, género al que ha dedicado cuatro libros: Los extremos, Puntos de fuga, Malas raíces y Caminos de intemperie (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2022), volumen crepuscular en el que ahonda en la desesperación, la mirada, la escritura, la noche, la música y el asombro. A continuación, algunas entradas de Caminos de intemperie:
La noche no es el reverso del día. Es una condición nuestra.
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La Desesperación como autora de biografías.
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Vistos los tiempos, espero que me disculpen las horas leídas.
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La Historia desaparecerá con nuestra civilización. Los venideros no recordarán, no querrán evocar nada. Será su estrategia para dar un buen comienzo a sus vidas, a sus cálculos. Desconocer la Historia los hará firmes. Ni un nostálgico sobrevivirá.
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No hay que olvidar que las lenguas antiguas ya nos dijeron lo importante.
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Más fácil crear un mundo que habitarlo.
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La lucidez, visita guiada al Infierno.
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Mirar es recolectar.
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¿Qué somos? Agua pasada que mueve molinos.
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Una mente serena, que no desea, es un laberinto en desuso.
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Leer restaña y escribir cicatriza.
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La melancolía, los infiernos racheados, la inquietud, la repentina acedia, son gajes de mi oficio.
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La existencia tiene algo de venta ambulante.
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Pisar máscaras, como si vendimiáramos el mundo.
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Sólo pensamos el infinito como una proa que se abre paso en el Tiempo. Jamás reparamos en el que tenemos a nuestras espaldas, en ese que hemos dejado atrás y nos ha traído hasta aquí.
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La literatura deja más damnificados que la música, y la música menos que el silencio.
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El destino de plagiar la noche.
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La trampa está en que siempre queda un mundo por soñar.
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Soy de los que ven en su sombra un escrito antiguo.
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A cierta edad la vida no tiene otro destino que la continua reconstrucción del otoño.
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La tristeza llaga.
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Hay vida después de la muerte, y se oye. Jünger escribe en el Diario de la guerra que, al adentrarse en los bosques conquistados, era audible el sonido de los cadáveres del enemigo. En plena descomposición, emitían un zumbido de gusanos e insectos y dejaban oír pequeños estallidos internos. El bisbiseo de la fuga del mundo.
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A lo largo de mi vida, el abandono. La música ha sido mi hospicio.
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Cuanto sucede es obra de lo fortuito, fruto del azar, del az-zahr, que en árabe señalaba la flor en su significación de lo efímero, de lo que brota y está llamado a no establecerse.