El hallazgo de los colores: Cuando el rojo llevó al azul
Anitzel Díaz
Mark Rothko pintó Royal Red and Blue en 1954, antes de su período más oscuro. En estos colores brillantes el artista encontró una libertad donde los bordes difuminados permitían la fusión de las tonalidades a través del lienzo. Entre el azul y el rojo hay un paso; el morado. No es que Rothko descubriera el color como tema central de una obra; desde Tiziano, el arte volcó su atención en la importancia de aquél. Después de todo “la percepción de los colores es un fenómeno subjetivo” –como Monet, que tenía cataratas, y donde la mayoría ve naranjas y azules, él veía un extraño color verde amarillento–, no así su descubrimiento.
La historia de la creación del azul de Prusia es tan asombrosa como terrible. En su último libro, Un verdor terrible, Benjamín Labatut nos lleva de la mano desde el suicidio de uno de los líderes más famosos de todos los tiempos, Hermann Göring, hasta la accidental alquimia que convirtió el rojo carmín en azul de Prusia. Asombrosa porque en Berlín, en el laboratorio de un tal Johann Conrad Dippel –que se cree inspiró el personaje de Frankenstein–, un creador de colores suizo llamado Johann Jacob Diesbach estaba tratando de obtener pigmentos rojos aplicando el procedimiento a partir de cochinillas, (Dactylopius coccus, insecto del nopal originario de México). Durante el experimento necesitaba potasa y, como no tenía suficiente, tomó prestada parte de la de Dippel. La potasa estaba contaminada con hexacianoferrato. De ese modo Diesbach obtuvo, en presencia de hierro, un brillante azul en lugar del rojo que esperaba. Así nació el primer pigmento sintético que enriqueció a muchos comerciantes incluido Leibnitz, el famoso filósofo alemán.
Terrible por el oscuro origen del cianuro que tuvo lugar cuando el químico Carl Wilhelm Scheele mezcló el azul de Prusia con una solución que, al contacto con el fuego, emitía un gas incoloro con un suave olor a almendras amargas. Hermann Göring apareció muerto en su celda pocas horas antes de ser ejecutado; se cree que ingirió una de las famosas cápsulas de cianuro repartidas durante el último concierto que dio la Filarmónica de Berlín el 12 abril de 1945. La última pieza tocada en el concierto fue el aria de Brunilda, de Richard Wagner.
El carmín, como se le conoce al rojo obtenido a partir de cochinillas, que se convirtió en fuerte moneda de cambio durante la Colonia –en la cría del insecto participaba toda la familia, la producción y el comercio de grana articuló la economía de diversas regiones de Oaxaca–, tiene su lado terrible también. Para obtener el brillante color hay que secar las cochinillas que luego se hierven a 100 ºC en agua con algo de ácido sulfúrico. El ácido se disuelve. Luego se precipita añadiendo alumbre y cal. En náhuatl se le llamó nocheztli, que significa “sangre de nopal”, y en mixteco ndukun, que quiere decir “insecto sangre”.
Así, el rojo y el azul se acompañan tanto en historia como en creación. Vecinos en el círculo cromático, también contrastan como en la pieza de Chihuly Carmine Venetian with Prussian Blue Leaves. El juego de transparencias y policromía que logra Chihuly con esta pieza remonta a la naturaleza, no sólo objetiva sino emocional. A través de la forma y color del cristal –que no es un compuesto químico sino una mezcla de óxidos– convierte la luz en color.