Nueva York, 1949, Eliot Weinberger, ensayista y traductor reputados internacionalmente.

Habitar en las estrellas: los ensayos de Eliot Weinberger

Alejando García Abreu

 

Arrebatos líricos e intelectuales

Concebido como un Wunderkabinett, según Harvard ReviewAlgo elemental (traducción de Aurelio Major, Atalanta, Girona, 2010) ofrece fragmentos de realidades que se vinculan. Eliot Weinberger simbolizó la libertad del ensayo de una manera pura, diáfana. Navegó hacia terra incognita. Presentó hallazgos y los convirtió en arrebatos líricos e intelectuales. La narración, la historia y la poesía son los tres ejes del libro donde el escritor expuso sus diversos intereses: los aztecas, Empédocles, la antigua cultura china, Ezra Pound, los mandeos iraníes, el paisaje peruano, el tigre, Valmiki, el rinoceronte, Mahoma. Entremezcló el collage y la concomitancia para “explicar un mundo que genera un sentimiento de extrañeza.” Jacobo Siruela e Inka Martí, editores de Atalanta, rememoraron que, en Algo elemental, Weinberger se propuso como única exigencia “que la información aportada” fuese “verificable”.

Los títulos de los textos constituyen un mapa de temas y tiempos diferentes. “El viento”, “Changs”, “Chochines”, “La música del desierto: norte”, “Giuseppe”, “El árbol florido”, “Primavera”, “Lacandones”, “Viento y hueso”, “Donde viven los kalulis”, “In lux perpetua”, “Tigres”, “El lapso oculto”, “Verano”, “El asno de Abu al-Anbas”, “El árbol y los vientos”, “Hielo”, “Empédocles”, “La música del desierto: sur”, “Evidencias anecdóticas”, “Otoño”, “Lagartos”, “Bajo el signo de la mano”, “Mandeos”, “Valmiki”, “El vórtice”, “Louis-Auguste Blanqui tal como fue copiado por Walter Benjamin”, “Invierno”, “El rinoceronte”, “Mahoma”, “Las estrellas”, “En las montañas de Wu-t’ai”, “El Sáhara” y “El árbol florido, continuación” son ensayos que simbolizan “el fuego nuevo” referido por el propio Weinberger, son ventana iluminadas en la madrugada, devienen siempre en poesía.

En “El vórtice” el ensayista neoyorquino cita a Ezra Pound: “Es un nodo o clúster radiante; es lo que puedo, y debo forzosamente, llamar un VÓRTICE.”

Weinberger escribió sobre Perú –destino de otra ensayista, la cartógrafa e historiadora Nathalie des Palmes, quien estudió la Laguna Churup en textos de carácter weinbergeriano– en “La música del desierto: norte”:

En el desierto del norte del Perú, que se extiende más de tres mil kilómetros hacia el sur, el ambiente es lúgubre, densas nubes quedan atrapadas entre los Andes y el mar, la temperatura es tibia, por la noche hace frío, y siempre es así. Llueve una vez cada diez años. Únicamente soplan vientos del sur. Pero allí el Pacífico tiene más peces que en ninguna otra parte, los ríos que bajan de las montañas hacen posible el riego y los valles están habitados desde hace más de diez mil años. Sucesivas culturas han prosperado y sucumbido en esa región, algunas, según se cree, porque sus aldeas y canales fueron sepultados por las dunas movedizas que los arqueólogos llaman arena eólica.

 

La muerte y las estrellas

En la selva habitada por los kalulis en Papúa Nueva Guinea, es casi imposible ver a lo lejos, por lo que el mapa del espacio se traza con sonidos. Es un mundo sonoro. Weinberger exploró el significado de los cantos –que son en primera persona– y su asociación mortuoria en “Donde viven los kalulis”: “el cantante se encuentra solo tras la muerte de un miembro de la familia o está viajando lejos de su hogar”. Fue descrito un trayecto “en el que cada nombre de lugar evoca asociaciones nostálgicas, pues un árbol es una casa, un jardín es comida, un pájaro es una persona, la vida es un mapa y el canto es un sendero que lo recorre”. Recordó, en “Valmiki”, que en India “la muerte de un animal fue el nacimiento de la poesía.”

En Algo elemental Weinberger recurrió a múltiples elementos que se relacionan misteriosamente. Ante las posibilidades infinitas, Weinberger recorrió las cuatro estaciones. Cogitó: “después de la muerte las almas habitan en las estrellas.” Y las contempló:

Las estrellas: ¿qué son? Son trozos de hielo que reflejan el sol; son luces que flotan en el agua más allá de la cúpula transparente; son clavos en el cielo; son agujeros en la gran cortina que hay entre nosotros y el mar de luz; son agujeros en la dura concha que nos protege del infierno que hay más allá; son las hijas del sol; son los mensajeros de los dioses; son condensaciones de aire en llamas que tienen forma de rueda y rugen a través del espacio que hay entre los radios; se sientan en sillitas; son casas esparcidas por el cielo; hacen recados a los amantes; son composiciones de átomos que caen por el vacío y se enredan entre sí…

Una cierta esperanza contemplativa –poética– reside en esa visión de Eliot Weinberger: “allá: mira: arriba: las estrellas.”

 

 

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