Ser hombre
Evelina Gil
A veces llegamos a tenerle tal cariño a ciertos objetos que los bautizamos. El motivo por el que un destartalado vochito dorado recibe el nombre de Escafandra, “su burbuja, su lugar de recogimiento”, que a su vez da título a la más reciente novela del sonorense César Gándara (Guaymas, 1971), puede tener varias explicaciones. Un vehículo es una especie de segunda casa, en especial si eres muy joven, como el aspirante a boxeador Palomo, y tu vivienda no es lo que se dice un nido de amor, no tienes para un hotel de paso… o, sencillamente, te permite experimentar la libertad que pareciera no existir afuera de esa burbuja y, básicamente, se transforma en sede de las experiencias determinantes de tu incipiente adultez. La Escafandra, pues, funge como principal escenario de esta bildungsroman.
César Gándara es un experimentado guionista de series para televisión, entre las que destacan Un extraño enemigo, Yankee y El príncipe de la canción. Ha sido merecedor de diversos premios y becas de creación. Escafandra (Ediciones del Lirio, México, 2022) obtuvo mención honorífica en el Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo, 2020. Aunque Gándara fue narrador antes que guionista, este oficio incide, para bien, en su técnica. La que nos ocupa es una novela tremendamente visual (sin ser descriptiva, más allá del enriquecimiento de momentos trascendentes), con personajes asombrosamente definidos en cuanto a psique, personalidad y motivaciones, y con ágiles volteretas argumentales. Palomo, el protagonista, carga una historia que, no por parecerse a tantas otras, pierde en complejidad e interés. Recién salido de la adolescencia, prófugo de un hogar donde no está dispuesto a cumplir la única condición que se le impone (convertirse en testigo de Jehová) y desertor estudiantil, resuelve su existencia combinando su pasión por el box, entrenándose arduamente, con una chamba en un tianguis donde funge como asistente de doña Amelia, propietaria original de la Escafandra. Siendo Hermosillo una ciudad pequeña al momento de esta recreación (nunca se especifica el año, pero a juzgar por la música de moda fluctúa entre finales de los ochenta y principios de los noventa), no debe sorprender que los afectos de Palomo estén relacionados con ambas actividades. Uno de sus dos mejores amigos, Natalio, es hijo de Amalia, como también su interés amoroso, Telma, “novia”, a su vez, de El Muerto, su otro amigo, vocalista de un grupo de trash metal que, por lo mismo, goza de gran popularidad entre las morras. Palomo es mudo e indignado testigo de cómo Telma se rebaja para complacer a El Muerto, y cómo éste la engaña con otras. Las cosas, sin embargo, darán un giro importante… y continuarán cambiando de manera cada vez más insólita. Telma termina con El Muerto y comienza a buscar a Palomo en quien parece reparar de manera súbita. Y si bien la actitud de la veleidosa joven podría explicarse como una venganza hacia su abusivo ex, la intensidad de su relación con el joven boxeador parecería desmentir dicha suposición. Lo cierto es que Telma es el personaje más hermético de este alocado elenco y sus motivos podrían ser inexplicables hasta para ella misma. Pero como suele ocurrir con los jóvenes enamorados, Palomo se siente muy hombre, lo suficiente para reunir dos mil pesos para comprarle la Escafandra a su patrona y planear huir hasta Tijuana con su amada. La ingrata vida suele desbaratarnos los planes y nadie ve venir la desgracia que bordea a Palomo, para quien sus amigos son lo primero.
Aunque más divertida conforme se aproxima hacia el inesperado final, con toques de novela picaresca, Escafandra es más devastadora de lo imaginable. Aunque no pretende ser una crítica social, ambienta con lucidez extraordinaria un entorno machista que para sus lectores más jóvenes podría resultar una caricatura delirante, y sin embargo es fiel documental de aquella época, en esa sociedad en particular. El humor y la tragedia conforman una sólida e inteligente comunión, y sus personajes, tan bien trazados, son de los que perduran en el recuerdo y los afectos.