Desde las instituciones culturales, la crítica teatral, sus significados, alcances, la consideración de su calidad, la legitimidad de quienes la realizan y consideran que deben formar parte del patrimonio teatral

La otra escena

Miguel Ángel Quemain

 

Desde las instituciones culturales del Estado mexicano se perfila una idea de lo que es la crítica teatral, sus significados, alcances, la consideración de su calidad, la legitimidad de quienes la realizan y consideran que deben formar parte del patrimonio teatral. Una de esas intenciones está en el INBAL y es el Centro de Investigación, Documentación e Información Teatral Rodolfo Usigli (CITRU).

Cuando se llega al sitio web del CITRU varios proyectos llaman la atención. Entusiasma la maestría que proponen. Tiene programa, maestros, no dice si alguien lo estudió, lo estudia o estudiará. En treinta y ocho páginas indican que inició en 2018 (seguro fue antes del 1 de diciembre de ese año porque, cuatro años después, en el directorio todavía están la Secretaria de Cultura y la directora del INBAL del sexenio de Peña Nieto).

Seguramente muchos (no todos, hay trabajos señeros) esperan que la nueva administración, que pronto acabará su encargo, se mantenga desinteresada en que todo ese personal deje de esperar a Godot. Preferiría pensar que están dominados por la holgazanería y no por la indiferencia y el cinismo.

Una vez en el sitio, si uno toma la opción de revisar la Reseña histórica del teatro en México 2.0 /2.1 y sus Sistema de Información de la Crítica Teatral, se dará cuenta de que en un primer nivel es “un Repositorio digital con —hasta el momento— más de 6 mil críticas, en texto completo, que compila el trabajo de doce críticos y abarca el período de 1944 a 2020” (eso gracias a que Alegría Martínez siguió publicando, si no sólo llegaría a 2015).

Hay un humor involuntario en la sección de Créditos cuando cuentan que los mismos autores autocompilaron sus críticas. La buena voluntad sin honorarios sostiene desde el abuso hasta la inmovilidad (tal vez nunca sabremos si faltó alguna): Marcela del Río lo hizo, Beatriz San Martín Vda. de María y Campos les pasó las de su esposo Armando (no informan si también transcribió los recortes del diario) que publicó en Novedades. Rodolfo Obregón también compiló sus propias críticas y Bruno Bert hizo lo mismo, aunque ahí se aclara que una becaria las trascribió. Pasó lo mismo con las de Óscar Liera, las de Malkah Rabell y de María y Campos,
que Francisca Miranda revisó y les puso sus etiquetas, seguro para que no se confundieran.

Francia Olivera Gómez (servicio social) localizó las críticas de Armando de María y Campos en El Heraldo de México y una persona de servicio social le ayudó a escanearlas. Ash, seguramente ésas no las guardó la esposa del crítico. Otra persona de servicio social “realizó la optimización de las imágenes facsimilares de las críticas” (eso quiere decir que escaneó bien las que a los primeros les quedaron mal). Francamente es muy divertido imaginarse todos esos entusiasmos repartiéndose las tareas que llaman de compilación y de reproducción facsimilar.

Te piden que te suscribas a un newsletter (¿cómo se dirá eso en español?). No hay riesgo de que el correo suscriptor se sature porque prácticamente no hay noticias, aunque dicen que las habrá: “para los años venideros, se tiene considerada la incorporación de nuevos críticos al repositorio, poniendo el énfasis en incorporar la producción crítica de otras latitudes de la República.”

Para todo este trabajal, además de ser un proyecto del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Teatral Rodolfo Usigli (CITRU), recibió beneficios del Programa de Apoyo a la Docencia, Investigación y Difusión de las Artes 2011. Abundaré en su estructura pero me quedo aquí: en los siguientes dos niveles están “Los críticos del sistema” y “El mundo de la crítica”. Una hemeroteca compuesta por trabajos de doce críticos que no se sabe si llevaron sus reseñas o los investigadores de la institución las buscaron.

A diferencia de las agrupaciones de críticos y periodistas teatrales (ACPT y APT) que hacen su trabajo por gusto, estas instituciones tendrán que rendir cuentas aún en medio de la pobreza franciscana.

 

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