En nombre de Pablo Milanés

(1943-2022) En nombre de Pablo Milanés

Gustavo Ogarrio

En nombre de Pablo Milanés, la trova

La Nueva Trova cubana nació política, a diferencia de la trova tradicional de la cual heredó su condición de poesía cantada. Acústica de toda una época, revolución y música brotaron juntas de Cuba y los años sesenta del siglo XX, turbulentos y desafiantes, fueron el fetiche de una memoria utópica que pervive de formas variadas hasta nuestra época, a pesar del tan anhelado fin de la era de las revoluciones.

“Tiempo de mensajes, de lealtades, de hacer”: la Revolución cubana hizo girar a toda América Latina, sacudió la perspectiva política de la cultura popular, forjó y heredó una semiótica de la radicalidad y de la lucha armada. Esta lucha con fusil
en mano se metaforizó en canciones, poemas, cuentos y novelas, en literatura y arte comprometidos; la revolución potencial en cada país de América Latina se volvió representable en estéticas y obras artísticas muy heterogéneas. Los movimientos de liberación nacional se diversificaron de acuerdo con las condiciones particulares de cada región. Los relatos históricos que sostenían la utopía revolucionaria necesitaban de una pedagogía cultural que encontraron en la Nueva Trova: canciones, fusiles, compromiso político hasta sus últimas consecuencias, el erotismo de la metamorfosis y la voluptuosidad de una patria de matriz martiana que peleaba contra la dictadura de Fulgencio Batista y vencía, al tiempo que demostraba que la vía del “foco guerrillero” podía triunfar, esto ante el determinismo etapista que hasta ese momento se le exigía a la lucha armada; el ciclo mítico de la destrucción de un orden político dictatorial para ser sustituido por un nuevo orden, primero reformista liberal (1959), después socialista (1961); la versión sacrificial de una radicalidad que fue también denuncia, batalla y resistencia estratégicas contra el intervencionismo estadunidense. Todo parecía posible si se le entendía desde una dimensión utópica y desde la puesta en escena de una poética cantada que se desplegó en la Nueva Trova cubana.

Sin lo anterior, la Nueva Trova cubana es incomprensible en su dimensión política y cultural. Fue la mensajera de símbolos revolucionarios que se extendieron por toda América Latina. Los poemas líricos y cantados de la revolución se volvieron emblemas emocionales de procesos políticos que buscaban el derrocamiento de regímenes profundamente autoritarios y de dictaduras, un imaginario que, si bien actuó primero en una parte muy acotada de las sociedades latinoamericanas, lenta, pero de manera constante, se terminó por instalar firmemente en la cultura popular previa al neoliberalismo.

Quizá por lo anterior es que la muerte de Pablo Milanés se ha impuesto dolorosamente como un abanico de recónditas orfandades. En nombre de Pablo Milanés y de su música vienen a nosotros evocaciones de una trayectoria identificada, primero, con la Nueva Trova, pero también con el bolero, la rumba y el son cubanos. En nombre de su vida y obra, se reseña la creación del Grupo de Experimentación Sonora (GES) del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), en 1969: momento fundante en el que participó Milanés junto a músicos como Leo Brouwer, Silvio Rodríguez, Noel Nicola, Eduardo Ramos, Sergio Vitier, Leonardo Acosta, Sara González, Emiliano Salvador, Pablo Menéndez y Amaury Pérez. Composición, armonía, contrapunto y orquestación acompañaron y ensamblaron poemas políticos y las historias de sacrificio, conciencia y liberación. Un lenguaje coloquial que se quería artístico; trovadores del humanismo revolucionario.

Pero el Pablo Milanés hijo de la Revolución cubana y de palabra asombrosamente poética, es tan sólo una versión de su historia literalmente multifacética. Un Pablo Milanés bolerista también es evocado, un continuador del filin cubano de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, que por momentos está muy cerca de la balada romántica, pero que de ninguna manera se convierte en melodrama. Otro Pablo Milanés es rememorado de manera menos visible por su labor de rescate de la música tradicional cubana, un legado actuante en su larga trayectoria; cantando letras de José Martí y de Nicolás Guillén. Pablo Milanés también fue una voz que intentó nombrar críticamente la contradicción entre revolución y gobierno, un crítico precisamente de esa brecha generada conforme moría el siglo XX; en el nuevo siglo se comenzaba a configurar el escenario adverso en el que iban a irrumpir los gobiernos nacional-populares latinoamericanos de las últimas dos décadas. Un hilo delgado mantuvo la relación de Milanés con el gobierno de Cuba, un hilo que no se desgarró del todo y que hizo posible que el último concierto del trovador y bolerista de Bayamo fuera precisamente en La Habana, en junio de 2022.

 

En nombre de Pablo Milanés, un disco

Es difícil saber con certeza lo que sobrevive en nosotros del mundo cultural latinoamericano formado en el último medio siglo. Tan difícil como identificar los nexos de varias generaciones con la música de Pablo Milanés: los duelos por su muerte son diferenciados, algunos más políticos y quizás otros más estrictamente culturales. Para algunos es la trova, la revolución y el amor las figuras que entrelazan definitivamente el legado de Milanés; para otros es el bolero y el son. Es seguro que este legado está marcado por esa articulación entre poesía popular y una música que contribuyó como ninguna a darle su tono a toda una época; la atmósfera emocional propia de la voz de Milanés, que también se deslizó de una incipiente cultura de masas en un contexto de rechazo a las nacientes industrias culturales, a la imposición última de la desmaterialización digital del mundo sonoro.

Quizás es hora de simplemente elegir un disco de Pablo Milanés y colocarlo en la tornamesa del tiempo. Yo elijo uno de 1975, en el que se recopilan canciones de Silvio Rodríguez y de Pablo Milanés. Un disco que más bien escuché a comienzos de los años ochenta. Un disco que fue un remolino creciente, suave y convulso a la vez, un huracán de palabras y guitarras que dejaban entrar en la conciencia un mundo político altamente simbolizado y hasta entonces desconocido. Hay ocasiones en que la música adquiere un significado preciso, una certeza emocional en la que su recepción también lo es todo. Lo cantado en inflexiones sagaces de la voz por Silvio y Pablo se instaló de golpe en una intimidad tan propia como colectiva. Muy pronto descubrí que otras y otros estudiantes de mi edad también cantaban y vibraban casi en secreto con esos ensueños sonoros coloridos que se poblaron de campesinas, de comandantes de revoluciones personificados en el Che Guevara, de derrocamientos injustos y homicidas de gobiernos revolucionarios y socialistas como el de Salvador Allende. Daba la sensación de que por el simple hecho de escuchar aquella música se podía ser poeta o revolucionario; de que la batalla contra todas las injusticias y contra el imperialismo yanqui empezaba a ganarse a partir del momento mismo en que se tomaba conciencia crítica del tiempo en que se vivía en esa clave sonora. La trova entendida como canción de protesta fue toda una didáctica en tensión simbólica con la revolución y el escenario emocional de una forma de politización intensa y desgarrada. “Un hombre se levanta (o antesala de un Tupamaro)”, el primer tema cantado por Silvio Rodríguez, es el trazo inicial de ese “paisaje real” del dolor que sin decirlo convoca a la acción, precisamente a la de levantarse en armas. Resuena la experiencia guerrillera tupamara en Uruguay y por el momento histórico, 1973, la dictadura impuesta a sangre y fuego en ese país es el significado de “perderlo todo”: la “derrota” del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros.

Las canciones de Pablo Milanés de este disco son entrañablemente aleccionadoras y forjadoras de una simbolización precisa del mundo de esa época. “Campesina” o la reivindicación trágica de una mujer en un mundo rural de aparente simplicidad armónica. La canción dedicada al derrocamiento de Salvador Allende en 1973, cuando el golpe militar en Chile todavía significaba una “vuelta a la nada”, una derrota de la revolución continental, lejos estaba de convertirse en el comienzo dictatorial del neoliberalismo en América Latina. El cantor arriesga sus cuerdas y su vida: canta las epopeyas de la revolución con todo y sus derrotas. Sin embargo, la canción que fue una revelación imperiosa y hasta cierto punto lejana para mí era la dedicada a Angela Davis: “Cuatro niñas negras como tú,/ seres como tú, te hicieron pensar/ en buscarte doblemente para comenzar./ Te enseñaron de la vida/ la ciencia puesta en un altar/ que rompiste al estrellarse con tu realidad./ Y el león de leyenda despertó/ y su grito en la noche provocó:/ nuevas voces, un nuevo color/ para este tiempo de dolor/ te marcaron, era muy fuerte tu clamor./ No descartes la existencia,/ la posibilidad, de mil formas de callarte/ sin siquiera hablar.”

La voz de Pablo Milanés en este último tema era de una plenitud insólita, íntima y dramática, en la que se enlazaban dos horizontes complejos y atrayentes por su momento revolucionario: Cuba, su revolución en tensión permanente, y el movimiento afroamericano en Estados Unidos contra la segregación racial. Angela Davis fue acusada en 1972 de asesinato y secuestro; en realidad era perseguida por militar en el Partido Comunista y por su vínculo con las Panteras Negras. La última canción del disco, cantada por Pablo Milanés, es metafóricamente un río, un caudal de significados cuya unidad está dada por ese “don milenario de pelear”, entre la vida en sacrificio político y la bomba de la muerte violenta.

 

En nombre de Pablo Milanés, un fraude perfecto

Es seguro que existe el ejemplar de un diario impreso con la historia de este fraude relatado en clave periodística. Todavía guardo la sensación de haber leído una joya del periodismo de a pie. También me enteré a profundidad del hecho en voz del reportero que investigó el asunto: Demetrio Olivo, conocido como el Lobo.

Quizás transcurría el año de 2002. Comenzaron a aparecer carteles anunciando un concierto de Pablo Milanés en el Teatro Ocampo, en ese momento el recinto cultural más importante de la ciudad de Morelia, Michoacán. Visto en perspectiva, la propaganda se me aparece hoy como exagerada: toda la ciudad, por todos lados, estaba repleta de la imagen de Pablo Milanés. Nadie sospecharía que era más bien la invitación a un simulacro, un gesto de ciudad con entusiasmos y euforias por el trovador cubano finalmente desperdiciados.

Llegó el día y la hora del concierto, las puertas del teatro permanecían sospechosamente cerradas; así fue hasta que comenzó la desesperación de un público que ya se contaba por un par de miles. Es seguro que en la calle Melchor Ocampo se comenzaba a sentir una calma tensa, que crecía a cada momento y después se volvió un presagio de gritos y reclamos. El Teatro Ocampo nunca abrió sus puertas; nunca recibió a Pablo Milanés y mucho menos a los más de dos mil espectadores frustrados e indignados. El fraude fue de relojería, una obra artesanal del engaño: un par de “empresarios” rentaron el teatro sin mostrar el contrato del concierto con el cantautor cubano; sobornaron al ayuntamiento en turno de Morelia y así lograron el sello de la tesorería para validar los más de dos mil boletos que vendieron para un recinto que contaba con un aforo para un poco más de trescientas personas. Contrataron a dos mujeres que vendieron los boletos de seriación repetida y alterada durante tres semanas en las taquillas del teatro, los cuales se agotaron un día antes. Nadie preguntó, nadie sospechó. Pablo Milanés y su manager nunca se enteraron de que tocarían en esa fecha en Morelia. El equilibrio entre corrupción, fraude y propaganda fue frágil y perfecto. Los “empresarios” salieron tranquilamente de Morelia un día antes del “concierto”. Las ganancias fueron casi totales, gastos mínimos en papelería, sobornos y el pago a las vendedoras por sus servicios. Ahora se me aparece en el tren de las evocaciones la imagen de el Lobo, que murió en 2016, investigando el fraude y contándome la historia en la redacción de La Voz de Michoacán; a ella se suma la imagen y la voz de Pablo Milanés reponiendo generosamente el concierto en una fecha muy posterior y en otro recinto, el cual me tocó cubrir como reportero. El pasado y sus legados a veces se transfiguran en canciones entrañables y en un reportaje sorprendente; en voces que nos habitan antes de que la rutina lenta e inexpugnable que se produce entre lo que se va y lo que permanece nos convierta en espectros que alguna vez leyeron y cantaron.

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