En sus visitas pastorales escuchó el clamor de los pueblos que se encuentran abandonados y sometidos a la delincuencia.

Salvador, el obispo
Abel Barrera Hernández*
Salvador Rangel llegó a la diócesis de Chilpancingo-Chilapa el 18 de agosto de 2015.
En ese mismo año inició el recorrido de las dos zonas pastorales que abarcan nueve decanatos.
Muy pronto identificó la problemática que enfrentan las 93 parroquias de la diócesis: carencias básicas que padecen las comunidades serranas y la proliferación de grupos del crimen organizado.
En sus visitas pastorales escuchó el clamor de los pueblos que se encuentran abandonados y sometidos al flagelo de la delincuencia.
Acudió a las parroquias de la zona centro y conoció los caminos abruptos de la sierra y el aislamiento de las comunidades, donde no hay maestras ni doctoras.
La misma Iglesia ha estado ausente.

Por invitación de los párrocos y los grupos de pastoral recorrió la zona norte.

Estuvo en Taxco y se sorprendió al constatar que, en la iglesia de santa Prisca, los delincuentes controlaban las limosnas.

En Iguala, los crímenes se multiplican y los grupos que se disputan la plaza se han apoderado de la presidencia municipal y del corredor joyero de Guerrero.

En sus múltiples viajes pastorales, el obispo identificó el tinglado de complicidades que existe entre las corporaciones policiacas y elementos del Ejército que patrullan las rutas por donde circula la droga y las armas. Poco a poco conoció las redes delincuenciales tejidas desde las esferas del poder político. Estableció comunicación directa con la feligresía que está ávida de ser escuchada y atendida. Ubicó los grandes problemas del campo, tuvo conocimiento de la debacle de los precios de la amapola por el fentanilo y el abandono ancestral de los productores sumidos en la pobreza. Muy pronto encontró la hebra del trasiego de la droga que se urde desde lo más recóndito de la sierra hasta Estados Unidos.

En las comunidades rurales la devastación de los bosques es imparable, la tala ilegal de árboles es un negocio añejo de caciques, empresarios, jefes militares y grupos de la delincuencia. Este entramado delincuencial propicia la quema ilícita de árboles en bosques de alto potencial forestal. Las autoridades únicamente realizan estudios de manejo para supuestamente sanear los bosques. Esta práctica burocrática es para autorizar a los madereros el corte del bosque quemado. Es un negocio redondo que la misma mafia verde del gobierno lo permite.

La destrucción del bosque y del precario patrimonio de la gente del campo han propiciado el desplazamiento forzado de familias en busca de un techo que los proteja. Los jóvenes se resisten a enrolarse en las filas del crimen organizado. Los comisarios y comisariados ejidales de la Sierra se unieron para hacer frente a los embates del crimen. Han conformado su guardia comunitaria para proteger su territorio. Esta confrontación armada fue un gran desafío para el obispo Salvador.

En mayo de 2015, cuatro meses antes de su toma de posesión como obispo, más de 300 personas encabezadas por comisarios tomaron la cabecera municipal de Chilapa del 9 al 14 de mayo con la intención de detener a Zenén, el líder del grupo de Los Rojos, a quien señalaban como el responsable de varios asesinatos y desaparición de personas. Esta irrupción armada fue una declaración de guerra contra Los Rojos por parte del grupo de Los Ardillos, que empezaron a incursionar en las comunidades que se ubican alrededor de Chilapa.

En 2017, el obispo Salvador dio a conocer sus encuentros con algunos jefes de la sierra de Guerrero. Uno de ellos fue Issac Navarrete, conocido como El Señor de la I, quien tenía bajo su control los municipios de Leonardo Bravo, Zumpango del Río y una parte de Chilpancingo. Ante las denostaciones del gobierno de Héctor Astudillo, el obispo comentó: “Yo no tengo ningún interés personal ni económico para tener esas reuniones con la gente de esos grupos. Mi único interés es que Guerrero se pacifique…Yo sólo hago el trabajo que el gobierno no hace, porque es el que debería de estar dialogado con estos grupos para que en Guerrero haya paz”.

Ante el número alarmante de candidatos asesinados en el proceso electoral de 2018, el obispo Rangel declaró públicamente que los líderes del narcotráfico se habían comprometido a no interferir en el proceso electoral y no causar la muerte de candidatos, a reserva de dos condiciones: Que los candidatos no repartan dinero para comprar el voto, sino que realicen obras en la Sierra, y que cumplan sus promesas de campaña.

En octubre de 2018 el obispo tuvo una desafortunada intervención pública al afirmar que la mayoría de las mujeres asesinadas estaban vinculadas con la delincuencia o ejercían la prostitución. Su postura fue duramente criticada por las organizaciones feministas porque justificaba los feminicidios que no se investigan en Guerrero.

En los siete años que estuvo como obispo, entabló diálogos con los hermanos Celso e Iván Ortega Jiménez, líderes de Los Ardillos, que tienen su centro de operaciones en Quechultenango. También sostuvo encuentros con Issac Navarrete, líder del c ártel de la sierra, y sostuvo reuniones con José Alfredo y Johnny Hurtado Olascoaga, alias El Fresa y El Pescado, respectivamente, líderes de la Familia michoacana. Con el único líder que no dialogó fue con Onésimo Marquina, el jefe de Los Tlacos de la Sierra. Su trabajo como mediador fue cuestionado por organizaciones indígenas como el Concejo Indígena y Popular de Guerrero (Cipog) por su cercanía con Celso Ortega.

Además de ser un obispo pacificador, fomentó la colegialidad entre los obispos de Guerrero e impulsó los encuentros provinciales de pastoral. Con los asesinatos de dos sacerdotes Iván Añorve y Germaín Muñiz, el 5 de febrero de 2018, el obispo Rangel se transformó en un promotor de la paz y el cuidado de la vida. Ante la violencia imparable y la inacción de las autoridades, asumió el riesgo de dialogar con los jefes de la delincuencia para pactar treguas. Su última intervención fue en febrero de este año, cuando intervino con el sacerdote Filiberto Velázquez para que los jefes de los grupos de Los ArdillosLos Tlacos y la Familia michoacana asumieran el compromiso de parar las hostilidades.

El obispo Salvador atrajo a su diócesis a congregaciones religiosas para que acompañaran a los grupos de pastoral en las parroquias más difíciles. Creó el decanato de la Sierra y la parroquia del Durazno de El Rincón, municipio de Tlacotepec, uno de los lugares más alejados de la zona serrana, estando cinco décadas al servicio de la paz.

Director del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan

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