El Observador, periodismo católico, que forma e informa…

El transcribir el texto que sobre el origen del semanario oficial del Vaticano, L·osservatore Romano, enseguida de esta introducción, que publica la página web de esa casa editorial, no tiene otro fin que el de recordar, con motivo de los 25 años que cumple de ordenado obispo, el Ordinario de la Diócesis de Querétaro, Mons. Mario Gasperín, al semanario:  El Observador, como parte importante de ese trabajo pastoral que ha realizado durante 19 años que lleva en esta Iglesia local.

El semanario EL OBSERVADOR lleva 13 años llegando  a la región del Centro de México y que su Director General, el Lic. Jaime Septién Crespo, ha llamado periodismo católico, sin ningún empacho, ha su línea editorial y demostrando que sus convicciones religiosas no van en contra de una comunicación ética que alimente a la población mayoritariamente católica, de donde circula, con un tiraje más que aceptable, con temas controvertidos, para quienes se niegan a seguir un camino de información, que forme e informe con la verdad.

Este semanario EL OBSERVADOR, cumple ampliamente con su cometido y nuestros lectores encontrarán una liga desde esta página.J F Z         

Los orígenes de «L’Osservatore Romano»

 

El primer número de L’Osservatore Romano salió en la Urbe el 1 de julio de 1861, pocos meses después de la proclamación del Reino de Italia (17 de marzo de 1861).

La finalidad de la publicación era claramente apologética, para defender el Estado Pontificio, y sus objetivos eran polémico-propagandísticos.

El diario tomó el nombre de una hoja privada anterior (5 de septiembre de 1849 – 2 de septiembre de 1852), dirigida por el abad Francesco Battelli y financiada por un grupo católico legitimista francés.El nacimiento de L’Osservatore Romano está estrechamente vinculado con la derrota bélica sufrida por las tropas Pontificias en Castelfidardo (8 de septiembre de 1860).

Después de ese acontecimiento, mientras el poder temporal del Pontífice quedaba muy reducido en su extensión territorial y en toda Europa no parecía existir una potencia dispuesta a defenderlo, gran número de intelectuales católicos comenzaron a llegar a Roma con el firme deseo de ponerse al servicio de Pío IX.

Por ello, las autoridades Pontificias, decididas a reconstituir el status quo ante, comenzaron a pensar en una publicación diaria de índole privada, que saliera en defensa del Estado Pontificio y de los principios que promovía.Ya desde el 20 de julio de 1860, el Ministro sustituto de Interior, Marcantonio Pacelli, quería que al boletín oficial Il Giornale di Roma se le añadiera una publicación polémica y aguerrida de índole oficiosa que llevara el nombre de L’Amico della Verità.

La elaboración del proyecto requirió tiempo y es probable que llegara a oídos del marqués Augusto Baviera, conocido publicista, conciudadano de Pío IX, que ese mismo verano (el 19 de agosto) había solicitado licencia para publicar un periódico bisemanal -más de cultura que de política-, que debería tomar el antiguo nombre de L’Osservatore dirigido por Battelli.

En los primeros meses de 1861, vino a pedir ayuda al Gobierno pontificio un famoso polemista de Forlì, Nicola Zanchini.

A éste y a otro exiliado, el activo periodista Giuseppe Bastia, que había llegado de Bolonia, les fue concedida la dirección del periódico proyectado por Pacelli.

El 22 de junio de 1861, el Ministerio Pontificio de Interior, a cuya competencia estaba la Prensa, recibió un manuscrito firmado por los suplicantes Zanchini y Bastia, que solicitaban el permiso de publicación.

Dos días después, la propuesta se estaba ya discutiendo en Consejo de Ministros.

Finalmente, el día 26, en la audiencia pontificia, Pío IX concedía su asentimiento al «Reglamento» de L’Osservatore. He aquí algunos de sus artículos:

Art. 1: El diario concedido a los señores abogados Nicola Zanchini y Giuseppe Bastia tendrá como título -L’Osservatore Romano- y será publicado con números progresivos, con los que se puedan formar volúmenes.

Su publicación tendrá lugar los días y horas establecidos en el correspondiente Manifiesto de asociación, en el que se especificarán también el formato del papel, la calidad de los tipos, el precio y las demás condiciones de dicha asociación.

Art. 2: El fin que ha de buscar dicho diario es:

1 – Desenmascarar y refutar las calumnias que se lanzan contra Roma y contra el Pontificado Romano.2 – Dar a conocer los acontecimientos más destacados que sucedan en Roma y fuera de ella.

3 – Recordar los principios inmutables de la Religión católica y los de la justicia y del derecho, como bases inconmovibles de toda vida social ordenada.4 – Instruir en los deberes para con la patria.

5 – Suscitar y promover la veneración al Augusto Soberano y Pontífice.6 – Recoger e ilustrar todo lo que en las artes, las letras y las ciencias valga la pena señalar al público, y especialmente las invenciones y aplicaciones relativas, que se realicen en los Estados Pontificios.  

El primer número del diario se presentaba así al lector: en la cabecera aparecía el lema:

«L’Osservatore Romano – diario político-moral», precio de un número 5 baj.

Luego se explicaban los «pactos de la asociación» para quien quisiera suscribirse.Un poco más abajo se hallaban el «Aviso» a los posibles asociados y el artículo de fondo, que llevaba por título «L’Osservatore Romano a sus lectores», y que era una dura arenga contra la política de Cavour, que acababa de fallecer.

Los primeros números se componían de cuatro páginas, en las que se trataban todos los asuntos polémicos que caracterizarían la «línea editorial» durante mucho tiempo.
Al final de 1861, eliminado el subtítulo «diario político-moral», aparecieron bajo la cabecera los lemas “unicuique suum y non praevalebunt”, presentes hasta la fecha.

Al comienzo, L’Osservatore no tuvo ni siquiera una sede: los primeros redactores -como Bayard de Volo, Anton Maria Bonetti, Ugo Flandoli, don Nazareno Ignazi, Costantino Pucci, Paolo Pultrini, Telesforo Sarti- se reunían en la tipografía de los Salviucci, en la plaza de los Santos Apóstoles, n. 56, donde se imprimía el diario.

Sólo desde 1862 la redacción tuvo su sede en el palacio Petri, en la plaza de los Crociferi, donde poco después se establecería la tipografía propia.

El primer número se imprimió allí el 31 de marzo, fecha en que a la cabecera se le añadieron las palabras Giornale quotidiano.El 30 de junio de 1865 los dos abogados Zanchini y Bastia cedieron la propiedad, aunque el cambio entró en vigor sólo al inicio del año siguiente, al marqués de Baviera. Éste, en los primeros meses de dirección, contó con la colaboración del boloñés Giovan Battista Casoni que, en 1890, se convertiría en director único.

El diario se presentó inmediatamente con un programa de vanguardia y con un espíritu de independencia y se enzarzó en ásperas polémicas con otras publicaciones italianas y extranjeras, defendiendo a la Iglesia y los principios del derecho humano.

En su primer decenio de vida L’Osservatore Romano dedicó mucho espacio a los asuntos de política internacional, incluida la «Cuestión romana».

Casi nunca se discutían problemas puramente políticos; más bien, se destacaban la justicia o injusticia de actos públicos y sus consecuencias para la religión católica y para la moral de la sociedad.

También los temas de índole religiosa, eclesiástica y económico-social, encontraban espacio en la primera página.

De esta forma, pronto el diario se caracterizó como «espejo leal y bastante completo no sólo de las opiniones y de los deseos de la mayoría de los católicos romanos, sino también de las opiniones y deseos -al menos en sus formas exteriores y públicas- del mismo Gobierno del Papa».

Con la Brecha de «Porta Pia» (20 de septiembre de 1870), L’Osservatore Romano dejó de ser órgano «semioficial» del Estado Pontificio y se convirtió en un diario de oposición dentro del reciente y ampliado Reino de Italia. Después de cerca de un mes de suspensión, el diario reanudó su publicación el 17 de octubre.

En esa ocasión ofreció en primera página una declaración de obediencia al Papa y de total adhesión a sus directrices, reafirmando que permanecería fiel «al inmutable principio de religión y de moral del que se reconoce único depositario y defensor, el Vicario de Jesucristo en la tierra».

En el clima particularmente ardiente de esos años, el diario fue secuestrado varias veces, pero nada impidió a los redactores reanudar su combate de fe y de ideas.

Más aún, pronto L’Osservatore Romano comenzó a sustituir al Giornale di Roma, el órgano oficial del Estado Pontificio, en la comunicación de noticias oficiales relativas a la Iglesia.

Eso aconteció de forma más evidente bajo el pontificado de León XIII, que adquirió la propiedad del diario y, desde 1885, lo convirtió en el órgano de información de la Santa Sede.

Fiel a sus orígenes, en estos 136 años de vida, L’Osservatore Romano ha continuado su tarea al servicio de la Verdad.  

Con pasión y sin temor a ser voz que canta fuera del coro, ha documentado la historia de pueblos y naciones. Y sobre todo ha proseguido su servicio privilegiado para la difusión del Magisterio del Sucesor de Pedro.Con ocasión del centenario de fundación del diario, Juan XXIII escribió:

Los cien años transcurridos no sólo han hecho a este periódico testigo, sino también artífice de historia: pues, estrechamente unido, por la misma cercanía del lugar, a la Sede Apostólica y siguiendo diligentemente su magisterio, ha aportado continuamente, al promover el Reino de Cristo en la tierra, lo que tienen en gran estima los fieles católicos y todas las personas honradas: ha afirmado la verdad, defendido la justicia, promovido la causa de la verdadera libertad, tutelado la honradez y el honor de la condición y dignidad humanas.  

En los tiempos tranquilos y en los agitados, entre los acontecimientos cambiantes, siempre ha mantenido la misma constancia, la misma moderación y equidad, el mismo sentimiento de piedad hacia el género humano, alimentado por la caridad cristiana, pues no fundaba su modo de pensar y actuar en las pasiones de los míseros mortales, sino en la verdad y la justicia divinas.  

De ese modo, se convertía en ejemplo excelso de toda publicación análoga, dado que despreciar la religión, desviarse de la verdad con falsas interpretaciones, burlarse de la virtud, exaltar los vicios y los delitos es suma vergüenza, que resulta aún más nefasta cuando en nombre de la libertad se actúa la licencia desenfrenada y se prepara así la ruina de la sociedad humana.

Y, treinta años después, con ocasión de la introducción de las nuevas tecnologías informáticas en la elaboración del diario, Juan Pablo II dirigió al Director Responsable la siguiente carta:  

«Today, 1 July 1991, in conjunction with the 130th anniversary of its establishment, «L’Osservatore Romano» opens a new chapter in its history as it begins utilizing the technology of photocomposition. This new phase promises even greater fruit in the service which this journal authoratively gives, following the steps of the papal Magisterium, to ecclesial communion and modern social communications”.

 

Hoy, 1° de julio de 1991, en coincidencia con el 130° aniversario de fundación, «L’Osservatore Romano» abre un nuevo capítulo de su historia, comenzando la utilización de la tecnología de la fotocomposición.  

La nueva fase permite esperar frutos aún mejores en el servicio que este periódico presta autorizadamente, siguiendo al Magisterio pontificio, a la comunión eclesial y a la comunicación social moderna.

Gustoso invoco la asistencia divina para redactores y técnicos, colaboradores y lectores, llamados, con dones diversos, a hacer presente en el mundo, mediante las nuevas técnicas editoriales, la Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia.  

Es un servicio a la humanidad entera, deseosa de hallar «canales de esperanza» de los que se puedan sacar confianza y valentía evangélicas.

Al desear que la fatiga diaria, inspirada por la fe y confortada por el amor, amplíe los espacios de la comprensión y de la solidaridad entre los hombres y los pueblos, reflejando constantemente la «luz de las gentes», Cristo, que resplandece en el rostro de la Iglesia universal y de las Iglesias locales, a todos imparto de corazón con estima y afecto mi bendición.