Adolescentes

Adolescentes

Carlos Bonfil

Desde hace diez años, la organización UniFrance promueve el cine francés en línea. La idea fue siempre atractiva: realizar cada año una selección de la producción fílmica de los países francófonos y hacerla accesible a públicos de todo el mundo por medio de la página MyFrenchFilmFestival.com. Esa iniciativa cobra hoy mayor relevancia debido a los estragos que provoca la pandemia por coronavirus en los circuitos de exhibición de cine y al creciente poder monopolizador de las plataformas digitales. En colaboración con el Festival Internacional de Cine de Morelia, Filminlatino, plataforma del Imcine, presenta del 15 de enero al 15 de febrero la 11 edición de este festival francés en línea, disponible gratuitamente este año para los países de América Latina.

Entre los 29 cortos y largometrajes del festival, divididos en siete secciones, existe una constante temática: el proceso de madurez sentimental de jóvenes franceses que valo-ran hoy, entre el asombro y el desasosiego, la crisis social y cultural que han heredado de las generaciones anteriores. Más interesante aún, el filme muestra las estrategias de esos mismos jóvenes para afianzar y reivindicar sus propias elecciones vitales en el contexto estimulante de una enorme diversidad cultural. No sorprende así que una de las películas más interesantes en la selección sea el largometraje Adolescentes (2019), del documementalista Sebastien Lifshitz, de quien en México se conocen otros trabajos suyos ( Los invisibles, 2012; Bambi, 2013), y cuya cinta más reciente, Little Girl (2020), tiene ya programado un estreno inminente.

En su documental Adolescentes, el cineasta retoma la estrategia narrativa que con tanta fortuna había trazado ya en su cinta Los invisibles: el mapa de discriminaciones, in-fortunios y goces inesperados que marcaban la vida de un grupo de personas de la tercera edad con una preferencia sexual heterodoxa. Esta vez se trata únicamente de dos personajes centrales, Anaís y Emma, dos chicas adolescentes en un liceo de la provincia francesa, cuyas vidas sigue de cerca el realizador por espacio de cinco años. Ese seguimiento no es nuevo en el cine reciente. Recuérdense experiencias fascinantes como el registro que hace la documentalista checa Helena Trestiková, año por año, hasta completar dos décadas, de las existencias de sus personajes en René (2008) o en Katka (2010), o lo que logra el estadunidense Richard Linklater, con esos 12 años que exploran la transición de una infancia a la adolescencia en Boyhood (2014). Por medio de ese lustro que explora Lifshitz en las experiencias escolares de sus dos protagonistas, se suceden episodios sociales de la vida francesa decisivos en su formación sentimental. Momentos graves como los ataques terroristas (masacre en las oficinas de Charlie Hebdo o en la discoteca Bataclán), que coinciden con los fuertes desencuentros generacionales con un padre que coarta la libertad de decidir una vocación profesional o con una madre controladora cuya baja autoestima se traduce en una posesividad intensa. La iniciación sexual, la búsqueda de independencia material y moral (un domicilio propio), las confusiones del encuentro amoroso (abandono erótico o defensa de la virginidad) o de un compromiso ético (labor social en residencias de ancianos) o político (¿votar por Macron o por Marine Le Pen en 2017), todo ese proceso de búsqueda y afirmación existenciales, el documentalista lo registra de manera sobria y sin la sombra de juicios o patrocinios morales.

En un registro apenas diferente, el joven cineasta suizo de habla francesa Stéphane Riethauser, evoca su infancia y juventud ginebrinas en su largometraje Madame, suerte de diario epistolar que el director dirige y dedica a su abuela Caroline, fallecida 15 años atrás, y en el que construye el doble retrato de la mujer que vivió con plena libertad su vida amorosa, según el balance final de su vejez satisfecha, y del nieto Stépha-ne que con dificultades busca liberarse del yugo de una educación severa que procura anular y denigrar su naciente identidad homosexual. Caroline fue, en otros tiempos, la apestada de la familia, la única mujer divorciada, la loca. Su nieto, interlocutor sensible, es el nuevo réprobo marginal que recoge y asimila las lecciones liberadoras de la abuela. Al documental lo enriquecen una sucesión de viejos videos caseros y nuevas filmaciones en HD y iPhone que ilustran el tránsito de aquella adolescencia atribulada a una primera madurez que descubre ahora el inesperado activismo del orgullo.

Por último, un cortometraje emotivo: Entreacto, de Anthony Lemaitre, elogio de una cinefilia adolescente muy a contracorriente de las enajenantes modas del entreteni-miento instantáneo. Todo un programa.

 

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