Analfabetismo intelectual

El sectarismo: otra forma de barbarie

Víctor M. Toledo

En esta tercera y última entrega sobre el retorno de la barbarie no podemos pasar por alto cómo las nuevas tecnologías de la comunicación que hoy involucran a centenas de millones de seres humanos, y que les permiten comunicarse con cualquier otro individuo que habite el planeta Tierra, también han servido para depreciar el diálogo, empobrecer el discurso y construir una suerte de analfabetismo intelectual en los usuarios. La brevedad de los mensajes impide además una discusión seria en la mayoría de los casos. El sectarismo, sea político, ideológico o religioso, se exhibe a toda su potencia y hace renacer el modelo escolástico que prevaleció durante largos cinco siglos de la llamada Edad Media. No se trata sólo de actos de intolerancia y ceguera, sino de poner en acción un sistema cerrado de pensamiento.

Ya varios de los mayores pensadores críticos del siglo XX, como Erich Fromm, Arthur Koestler o Edgar Morin, hicieron hincapié en esta limitante del cerebro humano. Koestler, por ejemplo, hace ya más de siete décadas mostró cómo muchas creencias como el comunismo, el freudismo o el catolicismo se fundan en sistemas cerrados de pensamiento: El sistema cerrado excluye la posibilidad de la argumentación objetiva, mediante dos procedimientos relacionados entre sí: a) de acuerdo con las reglas escolásticas, se quita todo valor probatorio a los hechos; y b) se invalidan las objeciones desplazando la discusión al motivo sicológico que provoca la objeción. ( La escritura invisible, 1954.)

La escolástica, que fue la filosofía medieval, se inició en el siglo IX, alcanzó su apogeo en el XIII y entró en decadencia hacia el XV. La escolástica surge de la tensión entre fe y razón, o entre filosofía (o ciencia) y teología, la cual resuelve siempre en favor de lo segundo. La fe debe entonces siempre prevalecer sobre la razón, no importan las contradicciones que surjan. La teología y la creencia en un solo dios masculino y omnipotente dominó el conocimiento occidental durante 500 años y subsumió la razón a la necia cerrazón de la fe. Esto no ha terminado del todo, subsiste en amplios sectores del mundo moderno: cristianismos, judaísmos, islamismos, pero también ideologías políticas o económicas, cosmovisiones y otras creencias menores. La escolástica, sea religiosa o profana, se expande y se contrae según sean tiempos de crisis y desaliento o de bonanza y esperanza. Baja de intensidad y se mantiene latente o sube como espuma en circunstancias adversas. Esta forma de barbarie humana, que podemos llamar sectarismo o dogmatismo, representa una nítida expresión del mono demente.

Bajo el pensamiento dogmático la realidad es blanca o negra, sin matices, y en las decisiones se juega siempre el todo o nada. No importa que la vida sea un torrente continuo de yin y yang, de sístole y diástole, de matices polícromos. Los ismos de todo tipo nacen de la falta de arraigo somático de los individuos con el mundo (Morris Berman, El reencantamiento del mundo). Son el resultado de querer controlar todo, de reducir su diversidad, de no aceptar sus flujos y reflujos. Esta intolerancia por lo común brota de un rechazo, desprecio y odio hacia lo diferente. Las diferencias pueden ser raciales, étnicas, nacionales, religiosas, de género, de edad, de formas de ver el mundo, etcétera. Quienes asumen, consciente o inconscientemente, estos comportamientos suelen sumarse a colectivos fuertes que les den la seguridad de la que carecen como individuos. Esto es lo que Fromm llamó narcisismo grupal.

En su obra El poder del pensamiento flexible, Walter Riso afirma que “la flexibilidad del pensamiento nos permite inventarnos y fluir con los eventos de la vida sin lastimar ni lastimarse. Por el contrario, la rigidez sicológica enferma, genera sufrimiento y promueve una violencia individual y social significativa. Si decides aferrarte a tus dogmas de manera irracional, tendrás una vida empobrecida y dolorosa. La mente flexible fortalece el ‘yo’, actúa como factor de protección contra las enfermedades sicológicas, genera bienestar y mejores relaciones interpersonales, y nos acerca a una vida más tranquila y feliz”. “La crítica –afirma Katie Byron– es un regalo para quienes están interesados en la autorrealización porque permite encontrar piezas de uno mismo, que el crítico tiene la amabilidad de indicar.”

Como vimos en la primera entrega, en estos tiempos de emergencia de la humanidad entera, el temor a lo desconocido parece haber multiplicado las actitudes dogmáticas, rechazando las evidencias de la ciencia. La mitificación del virus o su negación, que incluyen las teorías conspirativas, han sido dos mecanismos harto comunes entre millones. Sea lo que fuere, uno de los mayores retos para la humanidad será una nueva manera de visualizar el mundo, o para ser más precisos, de aceptar la diversidad de puntos de vista. La consigna ya no será A o B, sino A y B.

 

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