Isaak Bábel: un ruso entre Flaubert y Maupassant

Isaak Bábel: un ruso entre Flaubert y Maupassant

Jelena Rastovic

Aproximación a tres escritores, dos franceses y un ruso, Gustave Flaubert (1821-1880), Guy de Maupassant (1850-1893) e Isaak Bábel ( 1894-1940), esencialmente vinculados por su genio narrativo, ubicados en el naturalismo de la literatura en el siglo XIX, y de quienes, se afirma aquí: “El estilo de Isaak Bábel, como el estilo de Flaubert y de Maupassant, es un misterio de lo divino.”

La preocupación de la belleza exterior es un método. Cuando descubro una mala asonancia o una repetición de alguna de mis frases, sé a buen seguro que chapoteo en lo falso. A fuerza de buscar encuentro la palabra justa, la única, y que es al mismo tiempo la armoniosa.

Gustave Flaubert

En la lectura de la novela Caballería roja, de Isaak Bábel, junto con un malestar casi físico por los temas de la violencia que este escritor trató en su original obra, y en cada uno de los relatos que la componen, deleitan las descripciones literarias de la naturaleza en contraste con unos trazos cortantes de crueldades; el arte de describir siempre llamaba mi atención de lectora. Casi todos los críticos destacan el estilo como una cualidad de su prosa narrativa, pero no conozco a ninguno que lo vea como forma de ser del hombre que fue Isaak Bábel.

Gustave Flaubert nació en 1821 y murió en 1880 en Ruan; Guy de Maupassant, otro gran normando, nacido en 1850, fue su protegido: gracias a Flaubert conoció a escritores como Huysmans, Henri Céard, Léon Hennique y Paul Alexis en las famosas veladas de Médan, la casa de Émile Zola, donde, anonadados todos por la guerra franco-prusiana, se revelaban como escritores con un estilo literario nuevo, ahora conocido como naturalista.

Isaak Bábel nació en 1894 con el nombre de Isaac Maníevich Bobel, de padres hebreos y en el barrio hebreo llamado Moldavanka, en Odessa. Además de Odessa, vivió en Kiev, Petrogrado y París; conoció países como Bélgica, Italia y Alemania, pasó períodos en Tiflis y en Moscú. Se dice que en vida fue de todo: sirvió como soldado raso en diferentes frentes y guerras, fue corresponsal del Ejército Rojo, así como delegado al i Congreso de los Escritores de la urss; murió, según algunas fuentes –no se sabe con certeza–, en 1940 de un disparo después de ser torturado en la Liublianka, y poco tiempo después de haber decidido no emigrar a París, donde se encontraba, sino regresar a Moscú.

La originalidad del arte literario de Flaubert es de un clásico universal; cuando se habla de Flaubert no se habla de nadie más, mientras que difícilmente podríamos evocar la originalidad de Maupassant sin mencionar su cercanía literaria con el maestro Flaubert. En tanto, Bábel, el escritor que sabía francés tan bien como el ruso, y no obstante escribía en esa lengua eslava, tiene un cuento titulado “Guy de Maupassant”. A pesar de que los temas que trata son los de la época histórica que le tocó vivir, la revolución bolchevique y el mundo tan peculiar de los judíos de Odessa, es impresionante cuánto debe su obra a encuentros literarios con los dos escritores franceses.

En la historia de la literatura rusa después de Chéjov, una de las características principales del período llamado La Edad de Plata de la literatura rusa, es el surgimiento de numerosos grupos y movimientos poéticos que, aunque de corta duración, fueron representativos de grandes experimentos e innovaciones en la creación y teoría literaria y del arte. Después de los años treinta del siglo pasado y las represiones estalinistas, sólo unos cuantos lograron seguir siendo fieles a su arte. La mayoría de estos poetas y escritores perteneció expresamente a alguna de dichas agrupaciones –un ejemplo de los prosistas son los Hermanos de Serapión–, pero había también un grupo de los que escribían solos, entre quienes los más conocidos en Occidente son Boris Pilniak, Leonid Leonov, Mijaíl Bulgákov e Isaak Bábel. Este último no sólo es un gran creador de prosa narrativa original, sin precedentes en la literatura rusa, sino uno más de aquellos artistas que buscaban soluciones poéticas naturalistas; incluso podríamos decir que era el último de los decadentes del fin del siglo xix, pero en lengua rusa.

Traductor, autor y personaje

En el cuento “Guy de Maupassant”, de Bábel, un joven pobre y hambriento y con corazón de artista narra cómo la suerte le ofreció una buena oferta de trabajo, consistente en revisar la traducción y traducir al ruso los cuentos de Maupassant, en colaboración con la esposa del dueño de la editorial, una exuberante señora judía de proveniencia ucraniana, lectora voraz y amante de los cuentos del escritor francés y traductora carente por completo de talento y estilo literario. El joven narrador, mientras tanto, no sólo comparte con ella el gusto por la obra de Maupassant, sino que sabe cómo darle voz en ruso. Por lo demás, es un alma inocente, un hombre apasionado y también racional, a pesar de su edad. La señora, asombrada por el arte exquisito del joven traductor, ya enamorada, se somete a la ley implacable de todas las rosas y en ese movimiento de las ávidas pero desesperadas, adhiere la espalda a la pared y extiende desvanecida los brazos; su reconocimiento es la muestra más hermosa del no poder resistir el deseo: “de todas las divinidades clavadas en la cruz, aquella era la más seductora”.

Descripciones como ésta ¿son el arte de expresar una experiencia erótica o estética? Hay hombres tan brillantes que, después de caer en brazos de tales señoras, hacen unas descripciones, unas imágenes de su experiencia, tan bellas, que ya no tiene importancia si lo que representan es el deleite o la amargura de los iniciados en la verdad.

En el cuento “Gui de Maupassant” hay un gesto, una pincelada magistral de la pluma de Bábel, cuando el joven narrador y el mismo autor coinciden. Cuando se refiere a un episodio del cuento
“La declaración”, de Maupassant, que tanto embelesa a la grande y bella señora durante el trabajo de traducirlo al ruso, donde el escritor francés sólo compara la diversión entre el mozo y la moza con un baile entre dos pero sin música (une rigolade fille et garçon, en avant-deux sans musique), a través de su personaje, Bábel amplía el sentido de dicha frase y con esto logra “la fluidez y el profundo aliento de la frase” de Maupassant. Así, en la traducción de Bábel leemos: “cuando un mozo está con una moza, no se necesita música”. Bábel, tanto como Maupassant, veía la vida como un reiterado y absurdo padecer.

Los críticos dicen que, en su cuento, Bábel hace un homenaje a Maupassant, a su arte literario, en el cual, completamos, la mujer toda es representada como esa inspiración que busca cierta parte de hombres; como artista innata, aunque sin el talento del artista. Estos mismos críticos citan entonces la frase del joven narrador de Bábel: “No hay hierro que pueda penetrar de forma tan efectiva en el corazón humano como un punto colocado en su sitio.” Pero la verdad está en otra frase de nuestro último decadente: sobre los libros como la tumba del corazón humano;
sobre los veintinueve tomos de Guy de Maupassant que cayeron con fuerza en una torpeza del joven hambriento y embriagado por el moscatel 83, y la señora que sólo pudo gritar un “¡Usted es divertido!”

El estilo de Isaak Bábel, como el estilo de Flaubert y de Maupassant, es un misterio de lo divino, al que también se refiere Flaubert:

Recuerdo haber tenido palpitaciones, haber sentido un placer violento contemplando un muro de la Acrópolis […] Me pregunto si un libro, independientemente de lo que diga, no pueda producir el mismo efecto. En la precisión de su armado, la rareza de los elementos, el pulimiento de la superficie, la armonía del conjunto, ¿no existe acaso una virtud intrínseca, una especie de fuerza divina, algo de eterno como un principio?.

 

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