Jaime Bayly (Lima, 1965) es un provocador nato, desde sus primeras novelas de temática gay,

Biblioteca fantasma

Evelina Gil

Jaime Bayly (Lima, 1965) es un provocador nato, desde sus primeras novelas de temática gay, en una época en que no era tan común, pasando por su faceta como polémico presentador de televisión y su exhibida vida personal: declarado homosexual, se ha casado, dos veces, con mujeres, siendo la segunda veintitrés años más joven que él. Es por lo anterior que, al enfrentarme con su más reciente libro, Los genios (Galaxia Gutenberg, Colofón, México, 2023) esperaba algo mucho más irreverente.

Pero… ¡no se equivoquen! Esto no significa que esta obra, que pareciera un ensayo sobre la relación profesional y amistosa entre Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, pero que en realidad es una novela con giros ensayísticos, carezca de picaresca y mala leche. La realidad comprobable está tan diestramente entretejida con notorias (o no tanto) licencias, digamos, “poéticas”, que resulta imposible saber hasta dónde Bayly nos toma el pelo. Es un hecho, por ejemplo, que la entrañable amistad entre los genios concluyó de manera abrupta y violenta, cuando tras un encuentro inesperado en un cine de la capital mexicana, donde se llevaría a cabo la premier de la película Los supervivientes de los Andes, Vargas Llosa correspondió a la intención del colombiano de abrazarlo con un puñetazo en la cara. Esta anécdota es del dominio público. Ninguno de los implicados explicó jamás qué originó esta violenta reacción por parte del fan número uno de Gabo, el propio Vargas Llosa, que llegó a equipararlo con Dios.

En esta divertidísima novela se pretende desarrollar los motivos del Nobel peruano para cancelar al Nobel colombiano, a través, insisto, de varios hechos y datos perfectamente corroborables, pero abordados con desfachatez y tal libertad dialogal, que mueven a la carcajada. Podría decirse que Bayly admira a sus personajes (no se advierte un propósito avieso o insidioso) pero, como buen novelista, no se permite una mínima concesión para con ellos, aunque salte a la vista que Gabo es su favorito. Mario, casado en segundas nupcias con su prima hermana Patricia –su primera esposa, Julia, era hermana de la madre de ésta, es decir, tía política del escritor–, padre de tres hijos, no tiene empacho en dejar literalmente a la deriva a su familia para seguirle el paso a una “niña mala” de nombre Susana Diez Canseco. Lo que pinta como una canallada, queda atenuado ante la procuración del abandonador de la tranquilidad económica de quienes ha dejado atrás, dejando instrucciones a su agente, la legendaria Carmen Balcells, de dividir puntualmente sus regalías y ganancias diversas para depositarlas en una cuenta a nombre de Patricia. Gabo, por su parte, luce como un padre y esposo ejemplar, si bien dicha virtud es expuesta a eventuales guiños. Ambos escritores han tenido una relación muy estrecha, no exenta de envidia (de Gabo hacia Mario, cuando éste no tenía necesidad de empleos alternos a su trabajo de escritor; de Mario hacia Gabo cuando éste obtiene un éxito sin precedentes con Cien años de soledad), ganando siempre la mutua admiración. Hasta que…

Independiente de la intriga desarrollada con una desenvoltura y espontaneidad que por momentos me recuerdan rabiosamente a Elena Poniatowska (testigo, por cierto, del puñetazo, lo que la convierte en personaje), Bayly recrea espléndidamente una época particular y muy rica con respecto a la cultura latinoamericana. Dicha recreación trasciende lo atmosférico y lo político que, en contradicción con la excelente salud de sus productos literarios, vive sus más cruentas dictaduras que entre sus simpatizantes cuenta con nuestros héroes, para hacer hincapié, deliberado tal vez, en el machismo preponderante en aquel ambiente. Se burla despiadadamente de la ingenuidad de las abnegadas esposas, Patricia Llosa y Mercedes Barcha Bardo, que todo le cree a su carismático marido, así como del cinismo de la agente celestina Balcells, en medio de un ámbito donde la gran mayoría de las mujeres visibles son decorativas y/o prostituibles.

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