“azúcar sin azúcar” y “repicar pero sin campanas”

Cinexcusas

Luis Tovar

El coronel se acercó al escritorio. Examinó la pastilla en la palma de la mano hasta cuando don Sabas lo invitó a saborearla.

Es para endulzar el café –le explicó–.

Es azúcar, pero sin azúcar.

Por supuesto –dijo el coronel, la saliva impregnada de una dulzura triste–. Es algo así como repicar pero sin campanas.

El coronel no tiene quien le escriba,

Gabriel García Márquez

Como breviario para las generaciones recientes dígase que la “pastilla” a la que se refiere el Gabo en el epígrafe, brevísimo fragmento de esa obra maestra que es El coronel…, era genéricamente conocida como “sacarina” y fue el primer sustituto del azúcar, prescrito a quienes padecían diabetes pero muy pronto comercializada masivamente, universalizándose su consumo –sobre todo en la población con evidente sobrepeso– bajo la noción de que así se evitaba la ingesta excesiva de calorías.

Si Muchagente preguntara “bueno, ¿pero eso qué tiene que ver con la huelga de guionistas y actores y el uso de la Inteligencia Artificial en la cinematografía?”, lo primero sería decirle al buen Muchagente que las analogías no son lo suyo, y lo segundo, que tiene todo que ver: “azúcar sin azúcar” y “repicar pero sin campanas” es exactamente lo que sucede, por ejemplo, cuando los estudios Marvel recurren a “figuras humanas generadas por computadora para reducir el número de actores necesarios en los planos de las batallas”, como se mencionó aquí en la entrega anterior y, como también se apuntó, el propósito de obrar así no es un misterio para nadie: de lo que se trata, para decirlo en la terminología ad hoc, es de abatir costos, quedando en un segundo término cada vez más lejano cualesquier otro género de consideración, llámese artística o estética pero, sobre todo, ética.

Acostumbrado como está desde hace tanto a dar por sentado que el cine no es más que una simple fuente de entretenimiento para muchos y de enormes ganancias para pocos, si acaso Muchagente alzara una ceja sorprendida con el último término, “ética”, habría que tenerle paciencia y explicarle el trasunto de conceptos como “dar gato por liebre”, “no todo lo que brilla es oro” y “enseñar el cobre”, con lo cual quizás entendería que ese modo de actuar de las majors, aunado a la otra voracidad de pagar una única vez por algo y después utilizarlo decenas, cientos o miles de veces sin más pago de regalías, además de constituir casi un expolio –expoliar: “quitar una pertenencia de modo violento o injusto”; sinónimos: despojar, desposeer– contra actores y guionistas, es éticamente reprobable no sólo respecto de esos gremios, sino también respecto del público que consume –y aquí la clave está en el verbo– esas y otras películas. Ahí está el azúcar sin azúcar: se trata de hacerme creer que estoy mirando actores pero lo que estoy viendo sólo son algoritmos, bits y pixeles resueltos en imágenes. A diferencia de una cinta de animación, de la cual se espera tanto realismo icónico como sea posible, por muy eficaz que haya sido la digitalización del stunt, y al parecer bien pronto la de los protagónicos, aquello otro es un franco gatazo, no menos antiético que la venta de un producto fraudulento.

La salud cinematográfica

La entrega anterior cerraba preguntando ¿para quién son aceptables los sustitutos virtuales que ya está generando la Inteligencia Artificial? La respuesta es tan desoladora como el futuro de los dobles de acción: son aceptables para quienes se están beneficiando económicamente de ese recurso pero, por desgracia, también para el inefable Muchagente, a quien le da lo mismo si el actor actuó, lo doblaron o lo escanearon.

Triste futuro tanto para actores, en ruta clara de ser reemplazados por “costosos” –y debería añadirse “problemáticos”: un puñado de números binarios cibernéticamente ordenados no cobra ni hace huelgas–, como para guionistas, a los cuales por simple lógica se sumarán vestuaristas, maquillistas, peinadores…, pero también para un público que acabará por consumir la dulzura triste de su sacarina, su aspartame y su stevia bien contento, seguro de que su salud cinematográfica está a salvo

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