Asistí a un taller sobre Inteligencia Artificial (IA) para aplicarla a tareas educativas.

Inteligencia Artificial: pensamiento mágico y hedonismo tecnológico

Alejandro Badillo

Hace algunos meses asistí a un taller sobre Inteligencia Artificial (IA) para aplicarla a tareas educativas. En particular, el programa a explorar era el famoso ChatGPT, chatbot propiedad de la empresa OpenAI que se estrenó a finales de 2022. Una de las cosas que más me llamó la atención fue el uso de los llamados “prompts”: comandos o entradas de información que se le da al sistema para que haga lo que queremos, en este caso, redactar textos o planeaciones de clase, entre otro tipo de documentos.

La meta –al menos eso dijeron– es saber dar las órdenes para que ChatGPT te devuelva lo que quieres o, mejor aún, lo que imaginas, con la mayor exactitud posible. Me vino a la mente, casi de inmediato, la película animada Fantasía, de Walt Disney, estrenada en 1940. En el segmento “El aprendiz de brujo” –inspirado en el poema de Goethe de 1797 del mismo nombre–, Mickey Mouse es un aprendiz de hechicero que usa la magia para darle vida a una escoba y que ésta realice las labores de limpieza adjudicadas a él. Unos pases mágicos y se echa a andar un mecanismo que, como se puede comprobar en el filme, termina volviéndose contra el hechicero improvisado. De la misma manera, los “prompts” de ChatGPT pueden asumirse o entenderse como pases mágicos para que la tecnología realice nuestros deseos. Si antes el conocimiento de lo oculto estaba reservado a los iniciados –en el caso del filme de Disney al mago–, ahora cualquier persona puede dar órdenes y dejar que los algoritmos funcionen de forma automática, aunque no conozca, a ciencia cierta, cómo funcionan y, por supuesto, cómo controlar sus efectos adversos. En ambos casos, por supuesto, la fe supera los riesgos.

Erick Davis describe en Tecgnosis. Mito, magia y misticismo en la era de la información –un amplio ensayo publicado a finales del siglo pasado y rescatado en 2023 por la editorial argentina Caja Negra– el peligroso vínculo entre tecnología y pensamiento mágico. Desde la invención de la escritura, por ejemplo, el código en el que se transmite la información se ha vuelto objeto de culto y, por lo tanto, un fetiche que funciona a través de una invocación. Una de las muestras más claras es la Cábala, que desentraña los signos ocultos en la Torá, uno de los textos fundamentales del judaísmo. Con el tiempo, la información en sí misma, acompañada por innovaciones como la electricidad, dio paso a una nueva idolatría tecnológica. El telégrafo, el radio y, posteriormente, la televisión, se asumieron como vehículos para comunicarse e, incluso, viajar a otras dimensiones o contactar con otros mundos. En la Rusia de inicios del siglo XX, por ejemplo, un grupo de intelectuales y científicos imaginaron que la técnica podría liberar a la humanidad de la muerte. El llamado “Cosmismo ruso” intentó combatir las limitaciones materiales de la realidad a través de la ciencia. Los descendientes de estos utopistas los podemos encontrar entre la élite que domina Silicon Valley en San Francisco, Estados Unidos. Chamanes que promueven la Inteligencia Artificial (IA) como solución a todos los males, han desarrollado –en su versión más extrema– una idea que parece sacada de los yoguis indios, posteriormente adaptada por el movimiento New Age de la contracultura estadunidense de los años sesenta: la singularidad. Este concepto místico plantea un futuro en el que la persona se fusione con la tecnología. No estamos hablando de un ciborg estilo Hollywood sino de un paso evolutivo, una redefinición, si se le puede llamar así, del ser humano.c

El culto religioso no ha desaparecido de las sociedades. En Estados Unidos ha recobrado fuerza la Iglesia Evangélica –y otras ramificaciones del protestantismo anglosajón– y el Islam se ha radicalizado gracias a los desastres de Occidente en Medio Oriente. A este escenario se ha sumado la tecnología como una suerte de idolatría narcisista, es decir, una plataforma en la que el hombre es su propio dios. Bajo la dictadura de la pantalla, hemos llegado a una utopía visual en la que el mundo exterior desaparece. Por supuesto, este nuevo paso parecería entregar a la sociedad –el sector que pueda pagar por esta clase de artefactos– a un hedonismo, en apariencia, inocuo. Sin embargo, el hedonista tecnológico desprecia cualquier visión que no se ajuste a su mundo ideal y termina habitando una burbuja que retroalimenta tus deseos, pero también tus rencores. El más reciente aparato que pretende sumergir al usuario en el universo del misticismo vacuo son las gafas de realidad virtual de la compañía Apple. Hay una paradoja: en cuanto más te adentras en la escenografía aumentada que tienes frente a ti, más eres ciego a lo que te rodea. Entre más libre eres más te controlan con los cinco sensores, seis micrófonos y doce cámaras integrados a las gafas. Si una cualidad de Dios es conocer nuestros pensamientos, los oligarcas tecnológicos tratan de imitarlo con nuestro consentimiento.

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