En 1976 sale «La huerta atómica» de Miguel Ríos de rock progresivo sigue vigente “¿Acaso no hay luz al final del túnel?”

Miguel Ríos y La huerta atómica: una distopía rockera

Alejandro Anaya Rosas

 

1976: la resaca

El mundo está agotado e intranquilo; se asfixia con las perspectivas bélicas que la carrera armamentista siembra en la tierra fértil: ha concluido la guerra en Vietnam pero la muerte, feroz, seguirá su fiesta un tiempo más. La contracultura, término acuñado por Theodore Roszak, hace lo que está en sus manos para revertir el proyecto de los líderes del planeta: la persistente búsqueda del poder y la división del mundo entre Oriente y Occidente. Una muestra de quienes alzan la voz ante dichos absurdos, en ese 1976, es el álbum publicado por la Universal Music de España, Polydor, titulado La huerta atómica, que además posee un subtítulo muy literario: Un relato de anticipación. Y literario lo es, pues en este material discográfico Miguel Ríos recurre a la construcción narrativa de una distopía lírica, latente en el mundo por las amenazas nucleares que se revelan en ese contexto de la Guerra Fría.

Miguel Ríos ya había sellado su camino al interpretar, en español, una versión de An die Freude de Friedrich von Schiller, llevada magistralmente a la música clásica por otro grande de Alemania: Beethoven. Es en 1970 cuando el rockero graba el arreglo de Waldo de los Ríos, un compositor y músico argentino, al “cuarto movimiento” de la 9a Sinfonía de Beethoven: el ahora popular Himno a la alegría. Siete años después del arreglo musical para nuestro idioma, De los Ríos, paradójicamente, se pega un tiro, dejando en las manos de Miguel, mejor dicho en la voz, la misión de propagar en los países de habla hispana el mensaje de paz que lleva consigo esta obra musical. Lo ha hecho bien ya que la melodía, acompañada en un principio por instrumentos constitutivos de la “música culta”, pronto será custodiada por guitarras eléctricas, batería y todas aquellas herramientas propias del rock, llegando de esta manera a un público más amplio, que incluye en sus filas a aquellos de espíritu indómito: los jóvenes. De allí para adelante, porque después el granadino confirmará la decisión de intervenir, a su modo, cada vez que el mundo entre en conflicto, con la esperanza de que podamos ver algún día “el triunfo de la humanidad”, dice en su “Sueño espacial”.

Pero en el contexto del rock en español, no sólo en la carrera de Miguel, la Huerta atómica se cuece aparte. Hablamos de un álbum fuertemente influenciado por el rock progresivo, con sintetizadores muy marcados, acordes y solos de guitarras distorsionadas que acompañan la narrativa del disco. El material está compuesto por catorce pistas que conforman una diegesis lineal, simple pero atractiva; y decir “simple” no es peyorativo.

¿De qué va el relato de la Huerta atómica?: Habla de un lugar en el campo, situado en las cercanías de una base militar, donde el protagonista soporta la paradoja de vivir entre el estruendo de los aviones Phantoms F-111 y B-24, y la naturaleza; allí se enamora de Katherine, estadunidense que pertenece al programa de “ayuda exterior”, y conoce a uno de los pilotos de aquellas aves metálicas que hacen retumbar su casa: el yankee Johnny. Pero una luz irregular en el cielo, y en la radio la voz de una mujer dando instrucciones a la población civil por posible emergencia nuclear, vuelven inminente la desgracia. La bomba cae y crea una “burbuja anti-reacción” que cubre la huerta y, por ende, salva la vida al protagonista; afuera del domo quedan los espectros, ellos no saben que han muerto. Sin embargo, todo es un sueño; despierta el protagonista y decide alejarse del lugar, enciende el aparato radiofónico para escuchar música, y ahora un hombre es quien da la alerta… El propio Miguel Ríos es el protagonista de la historia contada y subdividida en los catorce tracks, así lo dice el arte del disco, donde, de un dibujo alucinante, sobresale la figura de Miguel Ríos como Ecce Homo, como “el nuevo Megacristo”, como el “mártir transmutante” de la guerra, único sobreviviente de la catástrofe atómica.

2024: las guerras

Las noticias proyectan un yankee Johnny piloteando un caza, con rumbo específico: sitios de los rebeldes hutíes. En la pantalla de televisión las imágenes son aterradoras, por ser reales. También vemos un monstruoso armatoste nombrado Gerald R. Ford, sobre aguas del Mediterráneo oriental, y partiendo de allí un pájaro metálico capaz de alcanzar una velocidad supersónica, dejando una estela roja, ensangrentando el cielo; luego, el ruido: “fue un tremendo rasguido, como si las manos de un gigante hubiesen desgarrado diez kilómetros de lienzo”: así describe Ray Bradbury el sonido de los aviones de guerra en su Fahrenheit 451. Enormes despliegues militares, miles de muertos en las todas las regiones donde hay conflicto; alrededor del planeta, cientos de cabezas nucleares que ponen en vilo la seguridad mundial. ¿Acaso no hay luz al final del túnel? Sólo queda escuchar atentamente a quien nos advierte y reflexionar, pues, sin duda, no sólo La huerta atómica, sino todas las distopías son relatos anticipados.

Esta entrada fue publicada en Mundo.