La gente del Bar Mancera, sobre la calle de Carranza en Ciudad de México, no entiende que no es una cantina.

Bemol sostenido

Alonso Arreola

La gente del Bar Mancera, allí sobre la calle de Carranza en el Centro Histórico de Ciudad de México, no entiende que lo suyo no es una cantina. Lo anuncian así, pero no. Se trata de un restorán. Ni más ni menos. El edificio es hermoso. Su mobiliario y decorado también. Pese a la falta de aire y a la patada olfativa que la cocina propina al recién llegado, el personal es realmente amable. Sabe que juega a contrapelo pues, entre la falta de oxigenación y una cava hueca deben apechugar. Aun así es recomendable. Por su cocina y por algo más.

La “rockola” del Mancera es fenomenal. Hablamos de clásicos dorados de la primera mitad del siglo XX: Agustín Lara, Guty Cárdenas, Tin Tán… Por lo menos eso sonó el día que lo visitamos. Ahora bien, ¿por qué caímos en esa máquina del tiempo? Fue un accidente culpa del Repertorio Wagner, otrora oasis para quienes deseaban partituras raras en tiempos sin internet. Ahora fuimos para ver qué nos encontrábamos pero… oh sorpresa: la planta que albergaba esos tesoros ha desaparecido.

Recordamos con melancolía esos momentos en que, sin dinero en los bolsillos, babeábamos con los libros exóticos. “Ya no se venden”, dijo un sonriente asistente. “La gente compra sus partituras por Amazon”, agregó antes de señalar con un dedo: “Ya sólo nos quedan esos estantes de la entrada… en cuanto se vendan, no más libros.”

Resignados, hurgamos por un rato. Aparecieron Los seis conciertos de Brandenburgo y las Cuatro Suites Orquestales de Bach. Presentaban el score completo: todos los instrumentos; un placer a la vista mientras suenan los entresijos del genio. Fue en ese momento cuando pensamos despedirnos de la tienda con una última compra de homenaje.

“¿Está carísimo, verdad?”, preguntamos recordando un mal perpetuo de la tienda. El dependiente soltó la carcajada cómplice: “¡Pues claro!” Siempre fue lo mismo con ese lugar. Tenía cosas únicas pero sus dueños se aprovechaban con los precios: “setecientos setenta pesos”, le escuchamos decir. Mirándolo en silencio, tomamos el celular, entramos a la conocida tienda en línea y le mostramos el resultado: el mismo libro en trescientos ochenta con envío incluido, para llegar al día siguiente.

Derrotada nuestra melancolía, renunciamos a la estafa y nos marchamos. El negocio fue mal llevado por años. La verdad es que no importa la competencia en línea cuando un local está bien enfocado. Hace poco visitamos un equivalente madrileño situado atrás de La Ópera… ¡Alto!

¿Sabe qué, lectora, lector? Aquí le vamos a parar con las banalidades. Esta columna no tendrá un buen final. Lo cierto es que son las tres de la mañana. Venimos llegando al hotel tras pisar el club de música electrónica más rudo de Guadalajara (estamos acá de trabajo). Lo que vimos en sus alrededores fue demasiado. La enorme oferta de droga y el avistamiento de criminales no tienen parangón. Nos cuesta trabajo conciliar esas imágenes con los cinco muchachos de Lagos de Moreno… Acá nadie quiere hablar de ellos… Se estremece el corazón… ¿Para cuándo la justicia, políticos de mierda? Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

Esta entrada fue publicada en Mundo.