El Tercer Teatro: un fuego indómito al amanecer

El Tercer Teatro: un fuego indómito al amanecer

Entrevista con Eugenio Barba

Mario Bravo

 

Un relámpago ilumina fugazmente la noche. Tras un estruendo, no tan lejos se mira el comienzo de un incendio. Un rayo cayó a tierra y pronto las llamas se multiplicarán con ayuda del viento. Los primeros seres humanos miran que la oscuridad ha sido vencida por una entidad temible y fantástica, tan dolorosa como atrayente.

Alguien, mientras el resto de la tribu corre despavorida, con sus manos recoge la punta de una rama que apenas comienza a quemarse. Ese alguien es una mujer que, entre tanto calor, tanto miedo y tantísima curiosidad, sostiene aquel trozo de madera como si se tratase de una antorcha. Ella queda hipnotizada. Sólo sale de su trance cuando siente un ligero ardor en su mano izquierda.

Instintivamente suelta el objeto ardiente. La lumbre y la rama caen al suelo. Ella camina atónita rumbo al resto del grupo que la mira como se mira a una desertora o a una migrante que vuelve transformada tras descubrir algo que los demás ignoran.

Esa noche, hace miles de años, aquellos seres humanos durmieron y soñaron mientras el fuego derrotaba las tinieblas, excepto la mujer que sintió una quemazón en una de sus manos… Ella no cerró los ojos, pues en su mente las llamas seguían danzando infatigables, mágicas, peligrosas y seductoras.

El incendio no se detuvo sino hasta dos días después de haber comenzado. Ella, la mujer que tomó el fuego entre sus manos, escuchó un crepitar eterno hasta el último día de su vida.

“Una injusticia de Dios”

Charlar con Eugenio Barba (Brindisi, 1936) es estar frente a uno de los máximos referentes en las artes escénicas del siglo XX. El creador del llamado Tercer Teatro, alérgico tanto a lo institucional como también a las casi siempre pedantes vanguardias, arriba acalorado a las instalaciones del Centro Cultural del Bosque, específicamente al espacio El Galeón, donde minutos más tarde presentará la obra Compasión, dirigida por él y magníficamente interpretada por la actriz Julia Varley.

Ofrece disculpas por la demora y pregunta cómo se hace para vivir con el intenso tráfico de Ciudad de México. Ya instalados para conversar, como un persistente mantra recuerdo aquellas líneas del cuento “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)”, escrito por el extraordinario Jorge Luis Borges: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.”

El diálogo da inicio con una pretensión quizás excesiva, pero irrenunciable: hurgar para conocer ese momento en la existencia de Eugenio Barba.

¿Cuál es esa gran herida con la que usted aprendió a convivir tras el paso de los años?

–Hay dos heridas. Una fue la muerte de mi padre cuando yo tenía nueve años de edad y la viví como una injusticia de Dios. Esa experiencia de tener algo y después perderlo en pocos segundos ha marcado toda mi manera de vivir: ¡Lo que hago sé que puede ser lo último!, casi mi testamento.

Su padre falleció en una madrugada de junio de 1946. ¿Esa ausencia temprana prefiguró la búsqueda y los futuros hallazgos suyos con respecto a maestros y maestras en su andar por el mundo?

–No. Mi madre fue mi referencia en la niñez. La muerte de mi padre me liberó de una persona que era bastante severa. Mi infancia la viví protegido por ese amor materno que me ayudaba a hacer lo que yo quería, eso seguramente me ha dado una especie de confianza. La otra herida fue el racismo. Emigré de Italia a los diecisiete años y comencé a trabajar como soldador en un taller metalúrgico en Oslo. Allí viví una experiencia muy bella pues me atendieron con cariño y cuidado; también fui marinero durante dos años en un barco noruego y encontré la discriminación hacia españoles, portugueses e italianos. ¡Es incompresible que otra persona niegue tu dignidad humana! Cuando decidí hacer teatro fue precisamente para hallar un contacto con las personas que no pasara a través de los prejuicios.

“¿Es eso lo mejor que puedes hacer?”

Hay una ética del trabajo que usted ha defendido. Pareciera incluso un mandamiento extraviado por la humanidad: “¡Haz tu trabajo lo mejor posible!”

–A veces pensamos que hemos hecho algo bueno; pero si alguien a quien nosotros respetamos nos dice: “¿Es eso lo mejor que puedes hacer?”, entonces intentas hacerlo de nuevo y descubres que podías superarte. A menudo, el primer resultado al que llegas después de un largo proceso te hace pensar que ese es el límite, pero no es así. ¿Cómo inventarse una manera de trabajar o de superar ese límite? Eso depende profundamente de cada persona; sin embargo, si existe una cultura del trabajo que acepte arribar a un resultado y, después, destruirlo para ver lo que pasa en el momento en que eso se recomienza, ¡has creado otra manera de pensar y de crear!

Brecht y el sueño de la gentileza

¿La humanidad se equivocó en algo y eso provocó que la belleza, el arte y el amor no vencieran a la barbarie y a la mezquindad del mundo?

–No creo que nos hayamos equivocado. Esa es nuestra manera de ser humanos porque, al mismo tiempo, podemos ser crueles y ayudar a alguien enfermo o que necesite apoyo. En esa lucha cotidiana contra el egoísmo y los intereses materiales prevalecientes, hay algo importante: crear territorios y microculturas en donde la gentileza sea fundamental. Bertolt Brecht soñaba con una sociedad basada en la gentileza como el motor de las relaciones entre las personas.

Opino que no hemos llegado allí.

–Pienso que existen muchas pequeñas culturas en clave alternativa donde la gentileza se practica de manera espontánea.

Quizás caducó la vieja imagen de la revolución y de tomar por asalto el Palacio de Invierno…

–¿Cómo hacer que esa revolución, transformación o mutación sea también en la escuela, en la fábrica donde trabajas, o en un teatro? ¿Cómo crear relaciones sin jerarquías ni autoridades sino a partir de una visión común de intercambio? –pregunta el discípulo del director teatral Jerzy Grotowski, polaco a quien Barba conoció en 1961 y de quien abrevó todo el conocimiento posible durante tres años.

Un incendio imposible

En su libro Quemar la casa. Orígenes de un director, Eugenio Barba relata cómo ha fantaseado con algo inviable: “el espectáculo que termina con el incendio”, es decir, anhela que el personaje protagónico de una trama ya muy repensada por el nacido en Brindis, sea el único en el escenario “que se va en paz” mientras todo arde en el recinto.

Él mismo ha aclarado que se trata de una obra “imposible” porque nunca se atrevería a quemar el Odín Teatret ni a poner en riesgo tanto a sus actores como al público. Aunque sigue rondándole la irrealizable imagen de presenciar las llamas como desenlace de una historia…

Maestro, ese anhelo por quemar y dejar todo, metafóricamente o no, en las cenizas, ¿es un pretexto para deshacer, borrar o destruir y así volver a empezar?

–Debes recordar que somos diferentes de los demás seres vivientes porque poseemos dos capacidades: la imaginación y el descubrimiento del fuego. La imaginación permite pensar que todos los seres humanos somos hermanos o puede decirte que pertenezco a una raza pura y todos los demás son impuros; entonces, los envío a un horno crematorio. Después tienes el fuego, el cual puede destruir; pero también es lo que ha creado nuestra civilización, así como toda la belleza que ves en los museos y en la vida cotidiana.

Es muy difícil no fusionar las reflexiones del teatrero italiano con lo expresado, alguna vez, por el nicaragüense Ernesto Cardenal quien, en su poema “Lo visible y lo invisible”, señala los dones recibidos por el ser humano ante el encuentro con un fenómeno que daría una vuelta de tuerca a la historia de hombres y mujeres en la Tierra: “La primera tecnología fue el fuego./ El invento del fuego los alegró./ Separándolos más de los animales./ Haciéndolos un animal social,/ el fuego fue la primera unión/ y con el fuego el primer lenguaje,/ la maravilla de poder hablar;/ sentados juntos hablaron mejor./ Lenguaje también para hablar con Dios.”

El secreto de la vida

A un lado mío, sentado en una banquita ubicada en el Teatro El Galeón, el fundador del Odin Teatret pronuncia cada oración con vehemencia y construye argumentos con gran precisión, como si también en una conversación periodística se requiriera cumplir a cabalidad con el deber enseñado a él por su otrora maestro soldador: hacer tu trabajo lo mejor posible.

Sin caer en torpes condescendencias ni obviando los humanos y naturales errores, las debilidades y las carencias de quien, en este 2024, ha sido galardonado por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura en Mexico, uno no puede regatearle ni un ápice al artista italiano acerca de su alta dosis de tenacidad, generosidad y congruencia impresa en su ya extensísima trayectoria escénica.

De reojo veo el reloj que Barba lleva consigo en su mano izquierda. En Ciudad de México son las 17:51 horas y la función de Compasión está anunciada para que el telón se levante en punto de las 18. Es momento de finalizar la plática.

Usted ha dicho: “Vengo de una noche que dura toda la vida.” ¿Qué imagina que habrá en el amanecer cuando esa oscuridad concluya?

–Es difícil imaginarse el último momento de la vida. Quiero que sea una gran imagen de colores y de fuego –mientras expresa esto, mueve ambas manos como si con ellas esculpiera las palabras pronunciadas.

–A sus ochenta y siete años de edad, afirmo y aseguro que usted conoce el secreto de la vida. Aquí, entre nosotros, ¿podría compartirme cuál es ese secreto para Eugenio Barba?

–Trata al otro como si fueras tú mismo.

Esta entrada fue publicada en Mundo.